El hombre quiso ser Dios. Se olvidó de Quién lo había creado e intentó, una vez más, ser superior al Superior. Las historias sobre diluvios aún no estaban distantes cuando se lanzaron en una nueva aventura, esta vez en búsqueda de los cielos.
Se trataba de algo más que construir un Templo – los templos eran construidos en todo momento. La idea tampoco era atender a más personas – todos los que estaban allí podrían practicar su fe sin que aquella monstruosidad arquitectónica ganase cuerpo. Se decía que querían enviar sus nombres a la eternidad. Se especula que querían llegar a Dios sin cumplir sus reglas.
Babilonia, que aún no tenía ese nombre, era tierra desarrollada, propicia a la agricultura y al comercio y prometedora. Los hombres que vivían allí, descendientes de la familia de Noé hace algunas centenas de años, ya se habían olvidado nuevamente de cómo Dios había limpiado la tierra y había elegido a unos pocos para salvarlos. Dejaron a la ambición cometer los mismos pecados por los cuales fueron castigados.
“Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.”, dijeron ellos.
Usando ladrillos como piedra y betún como argamasa, comenzaron la construcción del camino que los llevaría no hasta Dios, sino hasta el lugar de Dios. El hombre quiso ser mayor que el Mayor, quiso alcanzar lo que estaba fuera de su alcance. La carretera hacia los cielos no puede ser hecha de piedras y escaleras, debe ser hecha de obediencia, fe y amor. Pero eso ellos no lo entendían, entonces fue necesario que el propio Señor interviniera.
“He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.”
Y descendió y los confundió. Y la imposibilidad de comunicación causó discusiones y desacuerdos que impidieron la continuación de la obra. Quien se quedó en el templo, jamás llegó a los cielos como hombre. La mayoría, sin embargo, se esparció sobre la Tierra.
Y desde allí en adelante, el templo vertical fue conocido como la Torre de Babel, porque se creía que por allí podrían llegar a Dios.
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(*) Génesis 11:1-9.
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