Hasta Jesús admiraba la fe de aquel hombre. Tanto, que lo citaba como ejemplo (Mateo 11:10-14) al hablar de Juan Bautista. Otros, no sabiendo aún que Jesús era el Mesías, lo comparaban a él.
¿Y quién era “él”?
Su nombre era Elías.
Era el “profeta entre los profetas”. Vivía exclusivamente para servir a Dios. En Su nombre, resucitó a un niño (1 Reyes 17:17-24). Multiplicó aceite y harina (1 Reyes 17:8-16). Predijo el comienzo y el fin de una gran sequía (1 Reyes 17:1). El perverso rey Acab lo cazó. Huyendo de él, Elías fue alimentado por cuervos que le llevaban pan y carne por orden Divina (1 Reyes 17:1-7). Desafió a los profetas del falso dios Baal en el Monte Carmelo (1 Reyes 18). Fue alimentado por ángeles en una larga caminata de 40 días (1 Reyes 19). Esos fueron solo algunos de los tantos hechos de un profeta que no le da nombre a ningún libro bíblico, pero que era reconocido por sus iguales de todos los tiempos.
Muchos de su época lo comparaban con Moisés. Y tenían razón, pues Elías, así como su antecesor que guió a los hebreos rumbo a la Tierra Prometida, luchaba constantemente contra la idolatría a los falsos dioses y mostraba que el poder Le pertenecía solamente al Dios Único.
El propio Señor Jesús, en la ocasión de la Transfiguración en el Monte Hermón, fue visto conversando con Moisés y Elías.
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Elías, bajo el poder de Dios, realizaba milagros. Su intimidad con Él, una de las mayores de la historia, le permitía eso.
Los días de Elías no fueron fáciles. Vivió bajo reinados tiránicos, idólatras y pérfidos. Israel se curvó al paganismo a causa del rey Acab, que se casó con la maligna Jezabel, que le pidió la cabeza de los profetas de Dios.
Elías luchaba contra el pecado en un período de crisis económica, social, moral y espiritual. Llegó a sentir una total falta de esperanza. Por basarse en el sentimiento, y no en la certeza de que Dios era con él, flaqueó, entró en depresión. Parecía su fin, quiso morirse (1 Reyes 19:4). Solo que Dios le mandó comida y agua a través de las manos de un ángel. Se encontró con Dios en una caverna, en Horeb (1 Reyes 19:12), lo que le hizo darse cuenta de que el Señor nunca lo abandonaría, y se reanimó.
Milagros en medio de los desafíos. Bendiciones en medio de las crisis. Paz en medio del caos. Llevó a las personas a Dios en uno de los períodos más difíciles. Sacó a muchos de la esclavitud espiritual de la religiosidad. Sin embargo, lo más sorprendente estaba por venir.
Él no murió.
Cuando ya tenía por cierto que su papel en la Tierra había terminado, lo designó a Eliseo como su sucesor, pidiéndole a Dios que capacite a su pupilo. Cuando la sucesión fue hecha, caballos y un carro de fuego descendieron del cielo, y, en un remolino, Elías fue llevado para arriba (2 Reyes 2:9-11).
Vivió exclusivamente para que no lo vieran, sino que vieran la gloria de Dios en él. Le mostró al pueblo que, incluso con el abundante pecado que había, la gracia del Señor podía alcanzar a los pecadores que se arrepintieran y Le temieran.
Un profeta que los propios profetas admiraban, tal era su sintonía con Dios. Un profeta que debemos seguir como ejemplo.