Una población hambrienta, miserable y perseguida compone el escenario de la vida real. Un lugar donde los presos políticos están en campos de concentración en una situación análoga a la esclavitud, donde las personas tienen poco acceso a las informaciones e impera la censura, según un informe reciente divulgado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Allí, ser cristiano es un crimen y tiene como consecuencia la tortura y la muerte. En pleno siglo XXI, aún existe un país en donde las personas son forzadas a contemplar solo a un líder, que es Kim Jong-Un, y vivir dentro de un régimen que arresta, condena y priva toda y cualquier libertad de elección. Esta es la triste realidad que la población de Corea del Norte aún enfrenta.
La política adoptada por Kim Jong-Un (él representa la dinastía Kim que sobrepasa seis décadas) es resultado de la influencia de la Unión Soviética en el país después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Corea se dividió en dos lados: el norte, comunista; y el sur, democrático.
La realidad entre ambos es muy distinta: el sur tiene una economía próspera y un pueblo que tiene oportunidades; el norte tiene una población coaccionada y sin acceso. Los norcoreanos no tienen Internet, no intercambian e-mails y no tienen idea de lo que es Facebook y Twitter.
En base a eso, se planteó una reflexión. Recientemente, los medios de comunicación internacionales divulgaron que el dictador Kim fue reelecto con el 100% de los votos. La ley afirma que el voto es facultativo, pero la prensa estatal informó que todos los electores registrados acudieron a los lugares de votación, a excepción de los que están fuera del país. ¿Cómo es posible? En un país dictatorial donde más de 7 millones de familias, que representan el 45% de la población, necesitan comida, no poseen una vivienda permanente y enfrentan una vida de privaciones, ¿cómo puede el 100% de los electores querer que este tipo de política siga perpetuando? Como el régimen es dictatorial, la respuesta es: el miedo de ser reprendido y torturado hasta la muerte por querer un cambio.
Poco menos de 30 millones de personas viven en situaciones de esclavitud en el mundo, según reveló el informe “Índice Global de Esclavitud 2013”, de la ONG australiana Walk Free Foundation. El análisis, hecho sobre 162 países, muestra que casi la mitad de ellas están en la India y que el 3,76% están en el continente americano.
Según el el informe, se calcula que en la Argentina hay un total de 35.368 trabajadores esclavos, en un total de 41.086.927 personas. Esto ubica al país en el puesto 122 sobre los 162 analizados. Asimismo, destaca las políticas gubernamentales argentinas para combatir este problema. “Las mejores políticas en contra de la esclavitud se tienen en Estados Unidos, Canadá, Nicaragua, Argentina y Brasil“, precisa el documento.
En relación a esto, lo invito a hacer un ejercicio cuando salga a la calle. Mire a su alrededor y analice cuántas personas encontrará en situación de calle. ¿Cuántas familias hay pasando hambre? ¿Y los tantos enfermos esperando meses y años, si no mueren antes, para conseguir una consulta médica? Todo esto sin hablar de las escuelas, cayéndose a pedazos, con alumnos cerca de la mayoría de edad, pero aún analfabetos.
Mientras que la población de Corea del Norte vive una realidad sombría por no poder expresarse, usted, como todo ciudadano, tiene asegurado por ley el derecho de ejercer la ciudadanía y reclamar sus derechos. Aquí hay libertad de expresión, pero gran parte se mantiene alejado de las necesidades del país.
Es necesario entender que los cambios vienen acompañados de actitudes. Enfrentar la corrupción no significa, al pie de la letra, matar ni usar la violencia, sino ejercitar la inteligencia individual. O sea, si cada uno aprende a votar y a ejercer de forma consciente, el resultado será sorprendente.
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