Cubierto de pelo, con los lomos ceñidos y un cinturón de cuero adornándole las vestiduras, fue a defender la fidelidad del Señor. Elías, el conocido tisbita, solo cumplía la misión dada, pero cargaba dentro suyo la seguridad de estar actuando correctamente, por el bien de toda la Tierra.
Encontró a los mensajeros del rey Ocozías en el medio del camino entre Israel y Ecrón, entre el Dios de Abraham y Baal-Zebub, y les disparó palabras que los hicieron volver atrás, palabras dictadas por el Ángel del Señor:
“¿No hay Dios en Israel, que tú envías a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por tanto, del lecho en que estás no te levantarás; de cierto morirás.”
Admirados, los mensajeros se detuvieron. ¿De dónde salió aquel hombre y quién le dio esas informaciones? Ellos eran enviados personalmente por el propio rey, que enfermo pedía el auxilio de Baal-Zebub.
Sí, había Dios en Israel. Un Dios fiel y justo, que fue puesto en segundo plano en el momento de miedo. Si gran parte de las personas Lo buscan solo cuando se encuentran en apuros, en momentos de desesperación muchas veces se apela a cualquier forma de salvación que se presente, incluso si es falsa.
¿Cuántas veces no se busca por medio de adivinaciones conocer el futuro? Se tiran cartas, piedras, caracolas, se leen estrellas, cristales y lo que esté al alcance. En el miedo, Ocozías, el rey del territorio devoto al Dios de Moisés y Jacob, buscó a un dios que nunca estuvo presente, ni para él ni para sus padres. Y Elías, enviado por Aquel que debería haber sido realmente buscado, intervino.
Volvieron todos al rey y le relataron aquellas palabras. Llegaron allí con la seguridad de que, teniendo a un señor leal no se puede traicionarlo por otros. En ese caso, el propio Señor avisó lo que sucedería desde allí en adelante. La Salvación buscada en un lugar perdido no puede ofrecer el resultado esperado.
Y de la cama a la que subió, el rey no descendió con vida.
(*) 2 Reyes 1:1-8
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