Pablo era un acérrimo perseguidor de la Iglesia Cristiana primitiva. Imbuido de autoridad, concedida por el principal sacerdote, fue a la caza de mujeres y hombres convertidos para arrastrarlos a prisión.
Su odio implacable no era debido a la envidia, posición política, intereses económicos o personales.
Su obstinación en intentar frenar al cristianismo se daba a causa de su extremo celo por la fe tradicional de sus antepasados.
Era un religioso fanático. Ciego, espiritualmente.
Por otro lado, también mostraba algo sublime en su carácter: cuidadoso en su fe e irreprensible en el cumplimiento de la Ley Judaica.
O sea, era sincero. Asumía su creencia.
A causa de esa sinceridad, Dios lo designó como instrumento escogido para ser apóstol enviado a los gentiles.
Su encuentro con Jesús en el camino de Damasco cambió el curso de su historia y el de la Iglesia.
Abogado inteligente, estudioso y profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, inicialmente encontró fuerte oposición de parte de los primeros apóstoles, que no creían que un perseguidor y novicio en la fe se transformase “del día a la noche” también en un apóstol.
Sin embargo, ante las revelaciones extraordinarias, profecías, obras y, sobre todo, del testimonio del Propio Señor Jesús a Ananías (Hechos 9:10-13), todos lo aceptaron como un apóstol temporáneo.
En el transcurso de su ministerio entre los gentiles (no judíos), Pablo enseguida identificó a obreros fraudulentos transformados en apóstoles de Cristo.
“Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.” 2 Corintios 11:13-15
¿Qué enseñanzas sacamos de eso?
Que el mismo espíritu que se hacía pasar por ángel de luz en la época de Pablo, se manifiesta en los días actuales;
Que el mismo Espíritu de Dios que le reveló a Pablo los obreros fraudulentos, nos ha revelado también los falsos apóstoles;
Que las credenciales de un verdadero apóstol son:
Como patriarca, el apóstol es el primero de los ministerios. Es como el tronco principal, la primicia de Dios. A partir de él viene el profeta, después el evangelista, pastor y maestro. En él están insertados los demás ministerios. 1 Corintios 12:28; Efesios 4:11; 2 Pedro 3:2
Que podemos y debemos probar a los espíritus, sí.
“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.” 1 Juan 4:1
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