Cuando hacemos el ayuno tradicional, de comida o líquidos, no solo significa que dejamos de comer o beber. También dejamos de colocar las sustancias nocivas que normalmente ingerimos todos los días sin darnos cuenta. El cuerpo se desintoxica poco a poco – de allí proviene el comienzo de los beneficios del ayuno para la salud, como la propia ciencia ya lo comprobó.
Apartarse de las informaciones mundanas de los medios de comunicación durante un tiempo también “desintoxica” la mente, que se ve más liviana, pues limpia las “toxinas” mentales y emocionales que le causan perjuicios a la persona. Es una especie de retiro, de aislamiento, que aleja las distracciones que normalmente nos impiden estar más cerca de Dios.
Como en el ayuno físico de alimento, los primeros días sin ese tradicional exceso de información mediática son más difíciles. Va a “doler” estar sin saber el resultado de su equipo de fútbol. Acompañar obsesivamente los últimos posts en la red social de nuestra preferencia va a dar la sensación de que falta algo importante y la impresión de “vacío”. Estar sin esa partida de videojuego online con los amigos causará un poco de agonía.
Solo que, también como en el ayuno de comida, pasados esos primeros días, el “hambre” de información y ocio disminuye. Y cuando comenzamos a ver los beneficios de eso al espíritu y a la mente, ganamos más fuerza para continuar hacia adelante.
Sin lo que los medios de comunicación nos ofrecen en exceso, pensamos con más claridad. Y usar la mente es algo imprescindible para la fe inteligente, para el contacto fructífero con Dios. Para eso, los pensamientos necesitan estar en orden, sin las “suciedades” que absorbemos todos los días, así como esas “porquerías” que comemos y van intoxicando nuestro organismo.
El “apetito” por la información disminuye. El hambre por Dios aumenta. Libres de esas cosas que nos robaban tiempo sin ni siquiera notarlo, tenemos más horas para lo que realmente importa.
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