Ya se sabe cuáles son las cualidades que el empresario debe tener para vencer en su emprendimiento: iniciativa, exigir calidad y eficiencia, ser persistente y comprometido, saber escuchar para aprender, planear, calcular riesgos, establecer metas y monitorear sistemáticamente sus operaciones.
Los especialistas están de acuerdo en afirmar que quien no posee estas cualidades no debe pensar en emprender. Tanto para quien busca armar su empresa, como para quien es cristiano, la Biblia revela otras dos características fundamentales para el éxito: bondad y compasión.
Quizás usted se pregunte si en un mundo tan competitivo no resulta contradictorio afirmar que la bondad y la compasión forman parte de las características indispensables del empresario. En un pasado reciente, podría ser verdad. Muchos líderes adoptaban una postura amenazante en relación a sus empleados para “obligarlos” a rendir el máximo.
Una parte de la historia de Daniel puede ayudar a entender esto. Llevado en cautiverio a Babilonia para servir entre los sabios del rey Nabucodonosor, Daniel interpretó un sueño del monarca. Como resultado de su interpretación, Nabucodonosor recibió un consejo:
“Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad.”, (Daniel 4:27).
Ese es el consejo que los empresarios y líderes tienen que seguir. Un emprendedor no puede esperar que los empleados se traten entre sí y a los clientes con consideración si a ellos se los maltrata.
El empresario debe actuar como un pastor y cuidar a cada oveja, no al rebaño como un todo.
Amenazar a los empleados con castigos para estimularlos es un error. Cuando hay bondad, las personas son más felices, el ambiente se vuelve más creativo y próspero.
Mariela Ale encontró la manera de salir de una vida de sufrimiento a través de la fe. Desde muy chica pasó muchas necesidades. Siempre le faltaba comida, abrigo y calzado. Luego, enfermó de asma.
Al tiempo se casó para ser feliz, pero duró muy poco esa ilusión. Sus hijos se enfermaron y a su esposo se le cerraban todas las puertas. “Teníamos deudas, estábamos en el Veraz, llegamos a la miseria total. Éramos despreciados por todos, llegamos a compartir el calzado con mi esposo y a comer pan y facturas que se le daban a los caballos y chanchos. Ese era nuestro alimento durante toda la semana”, cuenta Mariela.
La relación se deterioraba cada vez más, ella le gritaba, lo maldecía y le tiraba lo que tenía a mano. Sin embargo, había una manera de terminar con tantos problemas, al participar de las reuniones de la Universal aprendió a usar su fe de manera práctica en los propósitos y en la Hoguera Santa y su realidad pasó a ser otra. “Todo cambió, nuestras vidas fueron liberadas, transformadas. Hay paz, unión, fidelidad y amor sincero. Disfrutamos de una vida abundante, plena, en sí, somos felices”, asegura sonriendo.
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