En el año 63 antes de Cristo (a.C), el Imperio Romano ocupó Israel. Había una pesada meta de impuestos a ser alcanzada y mandada hacia Roma, y lo que sobrara quedaba para los cobradores del Imperio, que se enriquecían sin siquiera preocuparse por esconderlo.
La situación empeoraba aún más porque cada dos por tres eran inventados nuevos impuestos, solamente para que los cobradores recaudaran más para sus propios bolsillos.
Obviamente, ese factor económico dejaba a los israelitas insatisfechos, pero había algo aun peor. El sumo sacerdote judío, la máxima autoridad religiosa entre el pueblo, pasó a ser renombrado por Roma. Todos sabían que el Imperio favorecía solo a quien colaborara con él, y eso dejaba a los judíos indignados, pues según la tradición, el sumo sacerdote debería ser el hombre más puro entre todos.
En ese período, estaba de pie el Segundo Templo, ampliado y modernizado por Herodes, el Grande, que gobernó Israel para Roma.
Cerca de la época del nacimiento del Señor Jesús, los rebeldes judíos se levantaron secretamente. Eran los Zelotes, un grupo que quería expulsar a los romanos de Israel utilizando todos los medios posibles, inclusive la violencia. Eran terroristas ante los ojos del Imperio. Incluso bajo el poderío romano, Jesús realizó Su ministerio, y después fue crucificado.
En el año 37 después de Cristo (d.C) comenzó, en Roma, el reinado de Cayo Julio César Augusto Germánico, el Calígula, polémico y psicótico monarca, a quienes todos temían dentro y fuera de los límites del Imperio.
Si antes el dominio romano ya era malo para los israelitas, con el loco Calígula todo empeoró. En el año 39, el emperador promovió un decreto en que alegaba ser un dios y que debería ser adorado. Mandó que sus estatuas fueran colocadas en todos los templos de los lugares que pertenecieran al Imperio Romano. De todos los pueblos bajo el dominio de Roma, solamente los judíos se negaron a esa idolatría. No quisieron profanar el Templo con una imagen de un falso dios.
Calígula, en uno de sus muchos y conocidos accesos de locura, amenazó con destruir el Templo si por acaso no fuera respetada su exigencia. Israel llegó a enviar una delegación a Roma para intentar apaciguar al dictador, pero no tuvo éxito en el contrato. El emperador amenazó incluso con exterminar a los judíos si continuaban resistiéndose, pero murió antes de que pudiera dar la orden.
Sin embargo, la muerte de Calígula no enfrió los ánimos romanos. Hasta los judíos más moderados tenían miedo de que el nuevo emperador fuera igual o peor que su antecesor. Los zelotes se fortalecieron, creyendo que la muerte repentina del dictador fue obra de Dios.
Pero la situación de Israel estaba lejos de mejorar. Aún estaba sobre Jerusalén la constante amenaza romana.
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