Sentí que alguien me estaba siguiendo.
Cuando salí de casa, vi el cielo un poco nublado. Los árboles se balanceaban, las hojas secas cayéndose, un viento frío anunciando que la noche iba a ser una de aquellas. Los pajaritos no estaban más allí, se refugiaron en algún lugar lejos de aquella oscuridad. Me cerré la campera y bajé las escaleras de la vereda, rumbo a la calle.
Además de mí, no había nadie más en la calle. Miré hacia todos lados y me vi sola. ¿Quién iba a salir con ese frío? ¡Solamente yo! El viento fuerte, susurrando en mi oído, sugería que volviera a mi casa. Pero no podía. Necesitaba llegar lo más rápido posible a mi destino.
Agarraba fuerte mi campera. Me até más la bufanda al cuello y puse las manos en el bolsillo. Me quedé más confortable. El viento venía contra mi rostro, cortaba mi piel, enrojecía mis ojos. Entonces, comencé a oír algunos pasos detrás mío. No tuve coraje para mirar. Tenía miedo. Era un ladrón, pensaba. Puse mi cartera adelante mío, más cerca de mi cuerpo, y la apreté con el codo. ¡Era increíble cómo no había nadie en la calle a quien pudiera pedirle ayuda! Ningún auto andando, ni una casa abierta, ninguna persona llegando a su residencia.
Pensaba que estaba sola. Pero esos pasos me hacían ver que había alguien más allí. En un momento más fuerte, en un momento más débil – el sonido de las pisadas era constante. Yo caminaba rápido, pero muy afligida, porque apenas doblara en la esquina, me metería en una calle aun más desierta, un lugar donde no había casas, sino solo viejas fábricas cerradas. Mi familia y yo vivíamos en un antiguo barrio industrial.
Doblé en la esquina. Dejé de oír los pasos. No me daba cuenta, ¡pero ya estaba prácticamente corriendo! Creo que logré que el hombre se disperse, pensé.
Enseguida, más pasos. Quería mirar. Deseaba, con locura, saber quién me estaba siguiendo. Y por qué esa persona no decía o hacía inmediatamente lo que pretendía. Era como si quisiera torturarme con su pavor. El peor miedo es a lo desconocido. Usted no sabe que hay por detrás, más allá, o debajo de usted.
¡Qué cosa horrible!
Pensaba en gritar, en salir corriendo, pero, al mismo tiempo, me imaginaba que apareciera alguien, no lo sé, tal vez un auto, un ancianito, un policía, un empleado de una de las fábricas, o una persona cualquiera, que pudiera socorrerme; era por eso que permanecía solo caminando, completamente aterrorizada.
De repente, comencé a oír esos pasos más cerca. Incliné mi cabeza hacia el costado y miré levemente al suelo. No conseguí ver ese zapato que hacía tanto barullo, pero sentía que había una persona detrás mío. ¡Mi Dios! ¿Será un maníaco, un ladrón, un psicópata?
Fue entonces que pensé en volver a casa. No tenía más sentido proseguir. ¿Y si él estuviera esperando solo a que anochezca un poco más para atacarme? ¿Y si hubiera un callejón sin salida más adelante? ¿Y si existieran pandillas suyas muy cerca?
No sé lo que hice, pero recuerdo que conseguí dar la vuelta. Crucé la calle y fui hacia el otro lado. Y esas malditas pisadas estaban una vez más atrás mío. Comencé a llorar. Ya estaba del otro lado de la calle, volviendo a mi casa, y esa persona seguía sin decirme qué quería de mí.
Empecé a dar pasos cada vez mayores y, a pesar del frío, sudaba como una tetera, y sentía mi rostro ruborizándose. Mi cuerpo estaba caliente, mi rostro quemándose, mis manos temblando y mis piensas casi tambaleándose. Sin embargo, no podía caer allí. Sentí que estaba perdiendo mis fuerzas, intenté gritar, pero era como si mi voz estuviera congelada. Además de eso, no lograba caminar más rápido, y mis pasos se estaban haciendo cada vez menores. Miraba las casas, y no había nadie para socorrerme.
Sin embargo, a lo lejos, vi mi casa. Parecía que estaba con calambres, sentía como si estuviera nadando contra la corriente, como si mis piernas quisieran hundirse después de tanto nadar. Estaba fatigada, aun así, aquella persona no me daba tregua.
Llegué a mi casa, me tiré en el pasamanos de la escalera de la entrada y me lancé a la manija de la puerta. Comencé a golpear desesperadamente, pero recordé que no había nadie en ese momento. Abrí la cartera y comencé a buscar, temblando, las llaves.
Fue cuando me di cuenta que los pasos detrás mío se detuvieron. Allí mismo un gran frió en mi estómago comenzó a formarse y comencé a sudar aún más. Por eso, no tenía coraje de mirar hacia atrás. A pesar de estar en la puerta de mi casa, no estaba ni un poco segura. Él podría atacarme, agarrarme, y hasta matarme.
Pero, ¡no! Yo necesitaba mirarlo, ver el rostro de esa persona que estaba martirizándome. ¡Ah, si fuera una broma sin gracia! ¡Ah, si fuera alguien de mi familia queriendo hacerme una broma, intentando hacerme tener miedo! Tomé coraje…
Mire hacia atrás…
…
…
…
…
No había nadie.
Para reflexionar
Cuando tenemos objetivos en la vida, surgen obstáculos visibles e invisibles que hacen de todo para impedirnos seguir adelante. Y no se detienen hasta que desistamos de proseguir hasta donde queremos llegar, y volvamos al lugar de donde partimos.
Enfrente sus temores. Encare las voces y los sonidos que intentan desanimarlo y dejarlo con miedo. No le preste atención a nada de eso. Vea solamente lo que le espera por delante y no vuelva hacia atrás. No corra el riesgo de tener sus sueños neutralizados por usted mismo.
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