Al nacer, instintivamente le tenemos miedo solamente a dos cosas: a caernos y a los ruidos fuertes, a nada más. A medida que avanzamos en el camino de la vida, vamos absorbiendo nuevos miedos, influenciados directamente por el mundo y su mentalidad.
Tenemos miedo de no conseguir trabajo o quedar desempleados, de enfermarnos, de morir en un accidente, de sufrir un robo, de no encontrar a la persona indicada para compartir la vida, de ser infelices… Todos esos son miedos “lógicos”, porque se refieren a cosas que forman parte del crecimiento y del desarrollo de una persona.
Sin embargo, hay otro tipo de miedos que apuntan más a lo irracional, como el miedo a la oscuridad, a las arañas, a volar, a quedarse encerrado… Muchos de esos miedos son exagerados y no tienen un sustento real, por eso la medicina los ha definido como “fobias”, un trastorno psicológico que sufre una de cada veinte personas en todo el mundo.
El manual de trastornos mentales DSM-IV las define como “un temor acusado y persistente que es excesivo o irracional, desencadenado por la presencia o anticipación de un objeto o situación específicos”.
En algunos casos, las fobias son tan fuertes que quien las sufre termina con su vida completamente bloqueada, porque ese miedo profundo le inmoviliza, le impide tomar cualquier tipo de decisión. A simple vista no parecen sufrir nada, incluso hacen grandes esfuerzos por llevar una vida normal. Pero solo ellas saben el infierno que pasan en su interior.
Cuando el Espíritu de Dios entra en la vida de una persona hace todo nuevo, y esos miedos que podían parecer lógicos a los ojos humanos desaparecen, porque Él nos convierte en nuevas criaturas; las dudas que generaban miedos se esfuman, disipadas por la luz del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, inspirado por Dios, afirmó: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.”, (2 Timoteo 1:7). El Espíritu Santo nos llena de certeza, que es la enemiga natural de las dudas y nos da la fuerza y el poder necesarios para superar cualquier dificultad.
Si todo esto no fuera suficiente, en Su Palabra Dios nos dice “no temas” en numerosas ocasiones. Él sabe que vamos a pasar por momentos difíciles, en los que cualquier persona sentiría miedo, sin embargo nos recuerda que nos acompaña, que está con nosotros para que no tengamos ningún tipo de miedo.
Piense y analice, ¿qué miedos han dominado su vida? ¿Qué temores le han impedido avanzar hacia lo que desea conquistar? Identifíquelos, dé un paso de fe y enfréntelos, recordando que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”, (Filipenses 4:13).
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