Entre los apóstoles, no vemos en la Biblia que se cite tanto el nombre de Felipe, así como los de Pedro y Juan, por ejemplo. Sin embargo, podemos aprender bastante de él, principalmente porque es la expresión de muchos recién convertidos.
Felipe era de la misma ciudad de Andrés y Pedro, Betsaida. Un día Jesús fue a Galilea, donde lo encontró. En el mismo instante, el Señor dijo: “Sígueme” (Juan 1:43). Sin titubear, sin cuestionar o dudar, Felipe pasa a seguir a Cristo a partir de ese momento. Entonces, como un nuevo convertido, él comienza a evangelizar y a hablar categóricamente de Jesús (lea Juan 1:43-46).
Así también sucede al comienzo de la fe, cuando estamos en el primer amor. Cuando recibimos el llamado de Cristo, lo primero que hacemos es llamar a otras personas para compartir la misma fe.
Sin embargo, por aún no haber recibido el Espíritu Santo, Felipe era un hombre común, que incluso estando al lado del Señor Jesús no conseguía darse cuenta de que Él era el Hijo de Dios. Fue entonces que, al pedirle a Jesús para que le mostrara al Padre, provocó Su indignación: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no Me has conocido, Felipe? El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? (…) Creedme que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.” (Juan 14:9;11)
Sinceridad
A pesar de la reprensión, Felipe no temió en mostrar su ignorancia espiritual a Cristo. Así como la persona que pasa a conocer a Dios y, como niño, revela su pureza espiritual, Felipe fue sincero en asumir lo que pensaba y al colocar su pequeñez delante de Jesús.
Por lo tanto, debido a esa sinceridad, incluso siendo reprendido, el apóstol fue recompensado por el Señor Jesús: “Y todo lo que pidiereis al Padre en Mi Nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en Mi Nombre, Yo lo haré.” (Juan 14:13-14)
Lo que aprendemos con este apóstol es que antes de tener un encuentro con Dios, Felipe fue una persona común, así como sucede con nosotros cuando recibimos el llamado de la conversión. Tal como él, somos personas comunes, naturales, que tardamos en ver la manifestación de Jesús, principalmente cuando la fe no está siendo usada.
¿Quién nunca Le pidió a Dios para que Se mostrara, como lo hizo Felipe? “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.” (Juan 14:8)
Sin embargo, sin que él se dé cuenta, y tal vez nosotros mismos, Jesús siempre estuvo (y está) a nuestro lado. Lo que Jesús quería era que la fe fuera manifestada, aunque fuera a causa de las obras que realizaba.
Quizás, lo que falte para un cambio de vida sea la manifestación de la fe. Si el Padre está a nuestro lado constantemente, ¿qué falta para que Lo veamos?
Si nuestra fe estuviera viva, no solo Lo veremos a nuestro lado, en nuestra vida y en nuestras obras, sino también todo lo que pidiéramos en Su nombre, Él nos concederá.
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