Examínese a sí mismo y fíjese si su sacrificio en el altar, en realidad, será agua o verdadera sangre
Cuando Dios ordenó juntar a los hombres de guerra para que lucharan en contra de sus enemigos – Madianitas, Amalequitas y pueblos de Oriente–, dijo que los miedosos y cobardes tendrían que regresar a sus cavernas. De los treinta y dos mil hombres que se juntaron, sobraban diez mil, para que de esos se separaran los valientes.
Los veintidós mil hombres que volvieron a su casa no necesitaron ser probados porque ya habían asumido que tenían miedo y que eran cobardes.
Los miedosos y cobardes asumidos ¡no necesitan ser probados! Los diez mil hombres que quedaron no eran ni tímidos ni retrocedieron, pero necesitaban ser probados. ¡Por eso Dios los llevó a la fuente de las aguas!
Una vez en la fuente, nueve mil setecientos de ellos doblaron sus rodillas para beber agua. Esa actitud los reprobó porque delante de la fuente que no se veía hacía siete años, ellos se relajaron como si eso ya fuera suficiente. No eran miedosos ni cobardes, pero se habían relajado frente a la situación de comodidad que se presentó. ¡Se doblaron ante la fuente!
Mientras tanto, los trescientos hombres restantes dejaron el confort y el alivio momentáneo, rechazando la comodidad. ¡En una guerra no se puede aflojar! Por eso Dios dijo: “Maldito aquel que hiciera la obra (guerra) del Señor con indolencia!” (Jeremías 48.10).
En la obra que queremos que Dios haga en nuestra vida, ¡no puede haber desidia de nuestra parte!
¿Cuántas son las personas que no están incluidas entre los miedosos y cobardes, pero que están cómodas en la fe delante de una fuente que siempre desearon tener y que les trae un simple alivio momentáneo?
Las personas que agarraron el sobre deben examinarse a sí mismas, porque lo que será puesto en el altar va a comprobar si forman parte de los nueve mil setecientos relajados o de los trescientos valientes de la fe.
¡Dios lo bendiga!