Independientemente de la religión o de la creencia profesada por quien quiera que sea, probablemente, en algún momento de la vida, casi todos ya oraron o escucharon la oración del “Padre Nuestro”, enseñada por el Señor Jesús en el libro de Mateo 6:9-13. Sea en la iglesia, en la escuela, en casa, en un funeral, como forma de agradecimiento o en el momento de desesperación, tales palabras enseñadas hace más de 2 mil años por el Hijo de Dios frecuentemente están siendo evocadas.
Sin embargo, aunque la plegaria haya sido una enseñanza divina, es necesario estar consiente que meras repeticiones de palabras no podrán traer la respuesta esperada en lo que se refiere a la fe. Esto es porque, cuando elevamos los pensamientos a Dios y dirigimos a Él nuestra oración, debemos hacerlo con sinceridad y racionalmente.
Vamos a reflexionar mejor sobre esto:
“Padre nuestro, que estás en los cielos…”
¿Usted llamaría a cualquier persona como padre? Obviamente no. Solo tenemos esa intimidad con quien, de hecho, ejerce ese papel en nuestras vidas. Pero muchos, ya desde el comienzo de la oración, dicen esto sin al menos ser los hijos del Dios Vivo. Son solo criaturas de Él, que ni siquiera oyen sus instrucciones, porque aún no tuvieron el privilegio de tenerlo como un Padre de verdad.
Algunos ni siquiera creen que el Señor Jesús esté de hecho en el cielo, porque cuando son indagados sobre la vida después de la muerte, la respuesta es que, al morir, todo se termina.
“Santificado sea Tu nombre…”
El nombre del Señor es santo, pero diversas veces esto es hablado en vano, sea en chistes, bromas, críticas y blasfemias, incluso inconscientemente.
“Venga a nosotros Tu Reino…”
El Reino de Dios no consiste en mentiras, egoísmo, idolatría, chismes y contiendas. Al contrario, cuando pedimos esto a Dios, estamos invocando la paz, la alegría, la verdad, el amor y la santidad de Su Reino, para nuestro interior.
“Sea hecha Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo…”
Si fuese tan fácil aceptar la voluntad de Dios, como es fácil hablar de ella, todos, ciertamente, ya habrían alcanzado sus realizaciones. Muchos no logran someterse a los deseos del Altísimo, al contrario, quieren satisfacer los designios de su propio corazón, que es engañoso y perverso.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy… ”
La Biblia habla que Dios cuida los pájaros y las flores del campo. ¿Usted realmente piensa que Él no nos cuidaría a cada uno de nosotros? Debemos librarnos de todo peso que la ansiedad trae, creyendo que nuestro pan diario, que puede ser entendido como todas nuestras necesidades, ciertamente será suplido, en el momento indicado.
“Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…”
A todo el mundo le gusta ser perdonado, porque todos pecan y se equivocan. Por más que la persona intente ser perfecta, hacer todo correctamente, en algún momento cometerá un desliz. Pero, cuando se trata de perdonar, el discurso cambia. Por eso, si queremos ser perdonados por Dios, y también por nuestro prójimo, tenemos que enfrentar los sentimientos y, por más que el dolor sea fuerte, perdonar a nuestros ofensores.
“No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal…”
La tentación está presente en las grandes y pequeñas situaciones de nuestro día a día. No podemos escaparnos de enfrentarla. Pero podemos resistirla.“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7)
“…porque Tuyo es el reino, el poder, la honra, y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.”
En este mundo, en el que impera la vanidad, es necesario estar atento, para que ninguna gloria que llegue hasta nosotros, aunque, aparentemente sea merecida, nos envanezca. Es un elogio aquí, palabras suaves al oído por allí, en fin, sutilmente, el orgullo va entrando en el corazón de muchos, y cuando menos se espera, la gloria y la honra no están siendo más dirigidos al Creador de los cielos y de la Tierra, sino al ser humano, que vino del polvo y que hacia él volverá.
[related-content]