Cuando nuestros hijos nacen es una alegría para toda la familia y para todos los que nos conocen. Pero después del nacimiento llegan las noches sin dormir y luchas tras luchas. Sé que todos nosotros no tenemos idea de los días que vendrán, pero las madres hacen de todo para no ver a sus hijos llorar, cuanto menos sufrir.
Soñamos con verlos construir “su futuro”, estudiando, conociendo a una persona que los amará y les será fiel, jamás pensamos en las posibilidades de que tengan una enfermedad. Desempeñamos nuestro papel de madre con toda nuestra fuerza. Sin embargo, nada de eso nos alegra más que verlos dejar de ser nuestros hijos para convertirse en “hijos de Dios”.
Esa es la mayor alegría de una madre. No hay paz para una madre mientras que eso no suceda. Entonces, vamos a unir nuestra fe y determinar que lo principal suceda en la vida de nuestros hijos: conocer a Dios.
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