El diccionario define a la palabra envidia como “disgusto o pesar por el bien o por la felicidad ajena; deseo violento de poseer el bien ajeno”. Qué definición grave, ¿no? ¿Pesar por el bien o por la felicidad ajena? ¿Deseo violento de poseer el bien ajeno? Así es, la envidia es exactamente eso.
Y no existe la “envidia santa”, como muchos dicen por ahí. En el campo espiritual, ese sentimiento es devastador.
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.” (Santiago 3:13-15)
Animal y diabólica. Cuando tenemos envidia, le deseamos el mal a la persona envidiada, algo que definitivamente no viene de Dios, sino que es un terreno fértil para las obras del infierno.
“El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos.” (Proverbios 14:30)
Quien envidia a alguien desea afectar al envidiado, pero él no es el único que puede ser perjudicado. ¿Cómo alguien puede desearle el mal a otro y no ser afectado por ese mismo mal? El enemigo es astuto, cuando él deposita la envidia en su corazón, su blanco no es solo la otra persona, sino usted también. Él sabe que la envidia también lo llevará a la destrucción.
“Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles.
Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino.
Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David.” (1 Samuel 18:7-9)
A Saúl le agradaba mucho David. Pero, con el tiempo, el pastor hijo de Isaí se volvió famoso y admirado, lo que despertó la envidia del rey de tal forma que intentó matar a su propio protegido varias veces. La envidia fue la pequeña semilla que el diablo aprovechó para, desde entonces, convertir la vida de Saúl en una derrota tras otra, y él mismo fue alejándose más y más de Dios, hasta morir. Y David, justamente el envidiado, ocupó el trono.
“No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.” (Gálatas 5:26)
Es importante que sigamos lo que dice la Biblia, pues feliz es aquel que se alegra al ver las conquistas y la felicidad del otro. Quien siente envidia vive amargado; no logra pensar en otra cosa sino en cómo ser mejor que el otro, no importando cómo. Esté atento, porque la envidia realmente mata y, usted no quiere terminar como el rey Saúl, ¿no es verdad?
Si usted ha sido blanco de la envidia o no logra controlar ese sentimiento en sí mismo, participe este viernes de una reunión en la Universal principal ubicada en Av. Corrientes 4070 Almagro. Encuentre la dirección de la Iglesia más cercana a su domicilio ingresando a www.universal.org.ar/direcciones/
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