El libro de 1 Reyes cuenta una historia del rey Salomón que superó todas las fronteras de la propia Biblia y fue conocida, incluso, por muchos que nunca leyeron las Escrituras.
Dos prostitutas que vivían juntas tuvieron un bebé cada una, con solo 3 días de diferencia. Una de ellas se durmió sobre su hijo y lo mató sofocándolo. Como la otra mujer dormía, la madre del niño muerto cambió a los bebés.
Obviamente, la otra mujer notó la diferencia y después de pelearse, fueron ante el rey Salomón a la corte ya que su sentencia sería oficial.
Claro que el rey entendió la situación. Hoy en día, un simple examen de ADN resolvería el caso, pero eso no era posible en aquella época. Entonces Salomón decidió utilizar a favor de la justicia el choque entre las dos fuerzas poderosas del bien y del mal: el amor maternal e incondicional contra el egoísmo.
Le ordenó al capitán de la guardia que tomase al bebé sobreviviente y que lo cortase en dos, ya que las dos madres lo querían.
Una mujer aceptó la propuesta, pero su oponente prefirió entregar al bebé a la otra, aunque quedara lejos del mismo, ya que por lo menos, el niño sobreviviría.
La Sabiduría del Salomón entró en acción, el rey descubrió quién era la verdadera madre: aquella que se sacrificaría por su hijo, en lugar de la otra que, en su egoísmo, prefería que las dos perdieran los hijos que dar el brazo a torcer.
Cada uno por sí mismo
Lamentablemente, nuestra sociedad está llena de personas que piensan así: prefieren ver al otro sin nada, a renunciar a lo que quieren, aunque sea una parte, para que lo justo sea hecho. Piensan más en: “si yo no tengo, nadie va a tener”. El resultado es lo que vemos todos los días en el noticiero: pésimas elecciones, personas perjudicando a las otras por beneficio propio y sin importarse por el semejante.
Por supuesto que Salomón no pretendía cortar al bebé al medio. Su capitán no utilizaría aquella espada en vano, solo la sacó de la vaina para provocar una reacción. Pero, en aquel momento, el arma afilada y puntiaguda simbolizaba la justicia.
La fuerza de la indignación
La verdadera madre se indignó por la injusticia y fue ante su rey. Su indignación despertó en Salomón el querer hacer justicia.
Ella era una prostituta, alguien marginada por la sociedad. Sería comprensible que la máxima autoridad del reino no la recibiera. Sin embargo, su actitud habló alto, y se hizo justicia. Dios movió a la más alta autoridad del país a favor de ella.
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