Una reciente investigación periodística llamada “Memoria de elefante” nos cuenta que en Tailandia, estos animales llevan turistas a cuestas, carretas con cartón, hacen malabares con la trompa, se paran en dos patas, juegan partidos de fútbol y hasta pintan cuadros. Para lograrlo, sus “entrenadores” tienen que calar hondo: les tienen que romper el espíritu.
Ese proceso implica separarlos de la madre a base de sometimiento. Los profesionales de la tortura son llamados “mahouts” –domadores de elefantes–. La herramienta es el “hook”–garfio–con el que los golpean cruelmente para recordarles quién es el que manda.
Cada golpe y castigo marca al elefante. Tiene que memorizar el “estímulo” con una acción. Así, durante años. Hasta que su espíritu está roto.
Podemos comparar ese sometimiento con lo que el mal hace a veces con las personas. Son sometidas por el mal a un proceso muy parecido que cala hondo en ellas y, a través de ese proceso cruel son separadas de su familia ya que esta es destruida, y quedan solas, sin referentes, ya que así es más fácil afectar su espíritu y doblegarlas.
Los golpes y castigos que sufren, y que ellas le atribuyen a “la vida que les tocó” o “al destino”, las desmoronan poco a poco –enfermedades, miseria, vicios, traiciones, decepciones en general– y esos golpes producen marcas que las debilitan y disminuyen su capacidad de reaccionar hasta que la misma desaparece. La persona queda así, indefensa, inmóvil ante el mal. Tiene en su interior una gran fuerza pero no se da cuenta, acepta las ataduras que su domador le colocó. Es porque el mal está logrando su cometido. Es porque su espíritu está roto.
La persona se convierte en un rehén del mal, así como esos elefantes son rehenes de sus domadores. El mal hace con ella lo que quiere.
Pero hay una excelente noticia: somos personas, no elefantes. Podemos usar nuestra inteligencia. En un instante ese espíritu roto puede renacer y quedar como nuevo. La persona puede ser libre de las ataduras que afectaron y desmoronaron su vida. Puede convertirse en una nueva persona, con un nuevo espíritu. No somos como el elefante, podemos escapar, renacer y ser felices de verdad.
Por más golpes que hayamos recibido y por más duros que los mismos hayan sido, nuestro espíritu puede arreglarse. Existe Alguien que lo repara a la perfección. Solo hay que llegar hasta Él así, heridos y perdidos por la crueldad y los golpes y entregarle todo lo que somos completamente. Él se encarga de reparar definitivamente nuestro espíritu roto y transformarlo en un espíritu vencedor.
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