“Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.” (Apocalipsis 2:1-7)
La ciudad de Éfeso, durante el gobierno de César Augusto, se tornó la capital de la provincia romana denominada Asia, que actualmente es la parte occidental de Turquía. Hasta entonces, Pérgamo era la capital.
Era una metrópolis que tenía aproximadamente medio millón de habitantes, y un destacado centro mercantil. Era también el centro del culto a Diana, como está escrito en Hechos 19.
Éfeso poseía una gran comunidad judía, a la cual el apóstol Pablo conoció en su segundo viaje misionero (Hechos 18-19:21). Apolo también predicó allí (Hechos 18: 24-28). Más tarde, Éfeso fue la residencia de Pablo durante tres años (Hechos 20:31).
La historia registra que la iglesia de Éfeso era considerada la madre de las iglesias de Asia, y que el apóstol Pablo realizó allí su obra de mayor éxito (54-57 d.C).
La tradición también dice que Timoteo habría pasado allí la mayor parte de su tiempo, y luego vino el apóstol Juan, que habría supervisado a las iglesias de Asia después de la muerte de Pablo.
La iglesia de Éfeso posee ocho características:
1) Obras.
2) Trabajo.
3) Perseverancia.
4) No soportaba a hombres malos.
5) Probó a los que se decían ser apóstoles y no lo eran y los halló mentirosos.
6) Soportó pruebas a causa del nombre del Señor Jesús y no desmayó.
7) Abandonó su primer amor.
8) Aborreció las obras de los nicolaítas.
La carta comienza así: “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso…” (Apocalipsis 2:1) No parece haber ninguna duda de que este ángel a quien el Señor Jesús dirige la carta es la figura del líder de la iglesia, porque cada dirigente representa a la iglesia que dirige.
Un hecho que refuerza mucho esta idea se encuentra en la propia historia del pueblo de Israel. Cuando Moisés lideraba al pueblo por el desierto, rumbo a la Tierra Prometida, Balaam incitó a mujeres moabitas a armar una emboscada contra los hijos de Israel.
Cayendo en la trampa, los hebreos provocaron la ira de Dios. Debido a esto, el Señor mandó que solo los príncipes del pueblo de Israel fuesen ahorcados al aire libre (Números 25:4).
Esto muestra que los líderes del pueblo de Dios eran los responsables ante Él por el pueblo que lideraban, es decir, que ellos tenían gran responsabilidad por cada oveja que formaba parte de Su redil.
Ellos son los representantes del Señor Jesús ante la congregación que cuidan, porque para esto fueron llamados y ungidos. Y la congregación, a su vez, también representa a Dios para ellos.
El cariño que el pastor tiene por las ovejas es el mismo que los líderes del pueblo de Dios tienen hacia su Señor. El cariño que el pueblo tiene por su pastor también lo tiene hacia Dios.
No nos podemos olvidar que entre las ovejas está la propia familia del pastor, es decir, su esposa y sus hijos. Su esposa debe ser su primera oveja, sus hijos la segunda, y la iglesia la tercera.
Esto no quiere decir que su mujer debe ser la primera en ser servida y luego los hijos, ¡no! Sino que debe ser la primera en ser cuidada, a fin de que él tenga una auxiliadora apta para que cuide de él mismo, de los hijos y de la casa. A partir de ahí, entonces él estará en condiciones de dar todo de sí en favor de la iglesia.
La familia del pastor es la prueba más evidente de si él es un hombre de Dios o no. La Biblia afirma que el siervo de Dios debe saber gobernar bien su propia casa, criando a sus hijos bajo disciplina y con todo el respeto (1 Timoteo 3:4-5).
Si alguien no sabe gobernar bien su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la casa de Dios? La propia familia, especialmente el matrimonio, es la razón por la cual muchos ministros del Evangelio han fracasado en sus respectivos ministerios.
Muchos de ellos llevan una vida correcta delante de la iglesia, porque no roban, no adulteran, no mienten, no hacen nada equivocado. Sin embargo, sus corazones no han sido totalmente leales al Señor.
¡Es el caso del ángel de la iglesia de Éfeso! Tenía obras, trabajo y perseverancia; no soportaba a los hombres malos; había puesto a prueba a los falsos apóstoles y los había encontrado mentirosos.
Había soportado pruebas, por amor al nombre del Señor Jesús, y no había desmayado. Y por último, había aborrecido las obras de los nicolaítas, a los cuales el Señor también aborrecía.
Él, sin embargo, ¡abandonó el primer amor! Y es justamente esto lo que ha ocurrido en la vida de muchos hombres de Dios. Ellos solo han soportado la vida conyugal. La frialdad en la relación con su esposa se ha reflejado en su trabajo ministerial y también en su comunión con Dios.
Si no han sido sacerdotes dentro de su propia casa ¡mucho menos dentro de la Casa de Dios! Y esto también ha contribuido a que el trabajo espiritual se realice más basado en la fuerza del propio brazo que en el poder del Espíritu Santo.
El amor que tenía hacia su esposa durante la luna de miel debería aumentar cada vez más. Pero en lugar de que esto ocurra, con el tiempo se fue enfriando, al punto de que se tengan que soportar uno al otro, y como consecuencia, ¡también el amor hacia el Señor Jesús!
¿Y por qué? El apóstol Juan dijo: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20). Ahora bien, si esto es válido para hermanos, ¡imagínese para el marido y la mujer!
En la carta dirigida al ángel de la iglesia de Éfeso, el Señor Jesús la censura por abandonar el primer amor, es decir, por el desprecio a aquel amor que al principio tenía hacia Él.
Aquellos que un día pasaron por la experiencia del primer amor saben muy bien lo que significa. ¡En el primer amor todo es una novedad, lindo y maravilloso! No hay defectos, censuras o críticas, Todo es perfecto.
Sin embargo, con el tiempo, vienen los descubrimientos ingratos y comienzan a surgir los defectos, las críticas, las cobranzas, los desvíos de conducta. Lo que se debe hacer, entonces, es arrepentirse, volver al primer amor y practicar las primeras obras, alimentando este amor como al propio cuerpo, porque de él dependerá la fe salvadora.
Aquellos que un día experimentaron el nuevo nacimiento, por el agua y por el Espíritu Santo, pueden recordar con placer, la llama vivía del amor de Dios dentro de sus corazones, derramándose por todo su ser, extendiéndose por donde quiera que pasaba.
Había un esfuerzo sobrenatural en el sentido de querer hacer que los otros experimenten el mismo gozo en el Espíritu Santo. Las ofrendas misioneras eran las mejores y eran dadas con mucha alegría.
Los diezmos reflejaban la fidelidad y no la obligación. Existía una comprensión hacia los débiles en la fe y el perdón transbordaba, a causa del inmenso amor. El Señor Jesús era el primero en todo.
No había tiempo para que el polvo se acumulara sobre la Biblia, por el contrario, se desgastaba por el manejo constante, y en todo momento había comunión con Dios, a través de la oración. En realidad, en el primer amor todo el trabajo era realizado en el poder del Espíritu de Dios.
El responsable por la iglesia de Éfeso retrata el carácter de muchas iglesias y personas cristianas, que piensan que por el hecho de hacer alguna cosa para el Señor Jesús como evangelizar, predicar, orar, visitar a los afligidos en general, están aumentando su crédito con Él.
Hacer la obra de Dios no es tan importante como ser. En su mensaje a la primera iglesia, el Señor Jesús dejó eso bien en claro: en aquella iglesia había obras, pero le faltaba el primer amor.
Había dones, pero faltaban los frutos. El primer amor había sido despreciado. Muchos cristianos lamentablemente han vivido así. Están preocupados en demostrar el servicio y no el carácter del Señor Jesús.
La iglesia de Éfeso manifestaba un trabajo cuantitativo y no cualitativo. La cantidad de servicio presentada por su responsable no tenía calidad, porque le faltaba el primer amor.
Por más intensas que sean las tareas en la iglesia, “… y no tengo amor, nada soy.” (1 Corintios 13:2). Y el Señor Jesús fue muy claro: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.” (Apocalipsis 2:4).
Los numerosos compromisos que el pastor o el miembro de la iglesia van asumiendo, dentro o fuera del templo, terminan perjudicando su relación personal con el Señor Jesús.
Cuanto más grande y más compleja sea la actividad administrativa, aunque sea de la propia vida, menor será el tiempo de comunión íntima con el Señor Jesús. ¿No es esto el abandono del primer amor? Por supuesto que no podemos evitar ciertas actividades seculares, sin embargo, no debemos comprometernos con las mismas necesariamente. El Espíritu Santo está ahí para orientarnos cómo debemos separar un tiempo para Él.
¿Cuánto tiempo hay dedicado hoy a la lectura de la Palabra de Dios, y a la comunión con el Señor Jesús a través de nuestra oración y de nuestra alabanza? ¿Y cuánto tiempo había cuando nos convertimos? ¿Cuál es el motivo de ese distanciamiento entre lo que usted era y lo que es hoy?
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