En la carta a la iglesia en Filadelfia, el Señor Jesucristo revela lo que Él es: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David…” (Apocalipsis 3:7).
¿Por qué el Señor Jesús Se identifica como Santo y Verdadero? Porque la iglesia en Filadelfia era santa y verdadera, es decir, revelaba en sí misma el carácter de su Señor.
Santo significa separado del mundo y del pecado. La santidad de esta iglesia estaba justamente en vivir su día a día, separada de todo aquello que contribuía al alejamiento del Señor.
El propio Señor Jesús es testigo de esto, cuando dice: “Por cuanto has guardado la palabra de Mi paciencia, Yo también te guardaré de la hora de la prueba…” (Apocalipsis 3:10).
Esto quiere decir, que en los momentos más difíciles, en las situaciones más adversas, aquella iglesia obedeció Su Palabra. Y, en esto es que consiste la santificación, vivir de acuerdo con la Palabra de Dios.
Lo inverso también es válido, ya que quien guarda la Palabra de Dios vive en santificación. En la oración sacerdotal, el Señor Jesús dice: “Santifícalos en Tu verdad; Tu Palabra es verdad.” (Juan 17:17)
Aquí está, entonces, la relación entre la santificación y la obediencia a la Palabra de Dios. Y de la santificación de la Iglesia depende la grandeza de la Obra de Dios en este mundo.
Es obvio que cuando la iglesia o el cristiano asumen la personalidad de la Palabra de Dios, Su carácter se ve en la vida de aquella iglesia o de aquella persona. ¡Esto ocurrió con el Señor Jesús!
“Y Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14). Y así como Él manifestó la gloria de Su Padre aquí en la Tierra, sujetándose a Su propia Palabra, también nosotros, Sus seguidores, tenemos la obligación de manifestar Su gloria en este mundo, a través de la obediencia a Su Palabra.
El propio Señor Jesús le dijo a Felipe: “El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre…” (Juan 14:9). Así, Él quiere que, de la misma manera, los hijos de las tinieblas puedan verlo a través de Sus seguidores.
Pero, para que esto pueda suceder, es necesario que Sus seguidores sean santificados, y para que ellos sean santificados, deben practicar la Palabra de Dios, porque una cosa depende de la otra.
La iglesia en Filadelfia era perseverante, incluso rodeada por los que se declaraban judíos y no lo eran, es decir, por los falsos cristianos, miembros de la sinagoga de Satanás.
La Plenitud de la autoridad del Señor Jesucristo, dada por su Padre, es capaz de abrir cualquier puerta para quien desee y quiera someterse a Él, por la obediencia a Su Palabra. Por eso, Él dijo: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre…” (Apocalipsis 3:7).
Él, la Raíz de David, tiene la llave, es decir, la llave del Rey de reyes, y solamente Él puede abrir la puerta de la vida eterna, la cual nadie puede cerrar, y cierra, y nadie puede abrir. Él tiene el poder sobre la vida, la muerte y el infierno, como dicen Sus propias Palabras: “No temas; Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.” (Apocalipsis 1:17-18).
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