Letras más grandes en los precios del supermercado. Semáforos que dejen cruzar sin tener que correr. Colectiveros con paciencia y bancos en cada cuadra para descansar a mitad de un paseo. Parecen medidas pequeñas pero son esas pequeñeces las que Organización Mundial de la Salud (OMS) intenta promover para que, en un mundo cada vez más envejecido, las personas mayores dejen de sentirse acechadas por la ciudad en la que han vivido toda su vida.
Ciudades “amigables con los mayores” –o “age friendly”, en la versión original– es el concepto que Alex Kalache, uno de los especialistas más prestigiosos de la OMS, desarrolló para encontrar una solución a una ecuación inevitable: menos chicos que nacen, viejos que viven más.
“Una ciudad amigable es una ciudad en la que será más fácil para todos poder vivir. Si las veredas están arregladas, eso beneficia a los mayores pero también a las madres con cochecitos o a las personas con sillas de ruedas. Cuando hablamos de una ciudad amigable estamos hablando de una ciudad más humana”, sostiene Kalache.
Parece una obviedad, pero el concepto recién comenzó a elaborarse a partir del 2005, cuando la OMS desarrolló el programa “Ciudades amigables con los mayores”. Lo primero que se hizo fue seleccionar 33 ciudades –La Plata fue una de ellas– para indagar cuáles eran las falencias y qué cosas necesitaban las personas mayores.
Kalache, ideólogo de este programa, estuvo en Buenos Aires para participar de un seminario sobre gerontología organizado por la Universidad ISalud. Durante una entrevista con Clarín contó que la idea comenzó rondarle cuando se enteró de que la maternidad en que había nacido en Copacabana era ahora un geriátrico. “Las ciudades cambiaron –dice–. En el siglo XIX, la expectativa de vida no superaba los 43 años. Hoy las ciudades están envejeciendo y sobre todo en países en vías de desarrollo. Eso se transforma en un desafío, un tema que interesa a todos”.
A partir de ese primer estudio, la OMS elaboró una serie de medidas que involucraban desde políticas de estado como el acceso igualitario a los servicios de salud y a una renta mínima, ayudas para obtener créditos que permitan seguir desarrollando microemprendimientos, o planes de educación para adultos. Pero esa lista también incluye soluciones más sencillas como obligar a los colectiveros a detenerse en las paradas o prolongar la duración de los semáforos para que los mayores puedan cruzar tranquilos.
“Las ciudades amigables son las que pueden optimizar las oportunidades de salud, participación y seguridad para sus mayores –explica Kalache–. La idea de ofrecerles seguridad tiene que ver con que existe un sistema que te ayuda a compensar los problemas que vienen con la vejez”.
Para el año 2030, las personas de más de 65 años serán mil millones y, por primera vez en la historia, habrán superado a los chicos menores de cinco. Según el Instituto Nacional de Envejecimiento de los Estados Unidos, hoy esos mayores suman más de 500 millones.
El concepto de ciudades “amigables” intenta dar cuenta de un fenómeno que, para los especialistas, difícilmente vaya a revertirse.
Argentina no sólo no es ajena sino que además es uno de los países más envejecidos de la región: el 14% de la población tiene más de 60 años y las proyecciones indican que el número seguirá en aumento. En el último Congreso Internacional de Psiquiatría se determinó que entre 1950 y 2050, la cantidad de argentinos mayores de 70 se multiplicará catorce veces.
Silvia Gascón, directora de la maestría en Gerontología de la Universidad ISalud, opina que “las ciudades no se adaptan a la nuevas características de su población. Es un tema de exclusión muy fuerte que no se visualiza”.
No existe hasta ahora esa ciudad “ideal”, pero Kalache cree que Nueva York es la que más se acerca. No sólo porque hay más conciencia sino también porque la población de “mayores” comienza a ser un buen negocio. Así, los restaurantes cambiaron los menús para que puedan leerse sin anteojos, incluyeron comidas más livianas y decidieron ampliar el horario para los que quieran cenar antes. “No es que queremos ser generosos, es una cuestión de derechos humanos”, asegura Kalache.
Para 2025 habrá en el mundo 840 millones de personas de más de 60 años. El 70% vivirá en países en vías de desarrollo, según la OMS. Serán muchos, vivirán más y habrán dejando atrás la imagen del abuelito que se recluye en la pieza del fondo. Los nuevos “mayores” siguen activos aún después de jubilarse y hay quienes hablan del “senior boom” para describir a las personas de edad avanzada que siguen tan activos como a los veinte. Estos nuevos “abuelos” se plantean desafíos, estudian, y chatean con los nietos. También están empezando a reclamar una ciudad acorde a ellos.
Fuente: Clarín – Fotos: Télam, Corbis
¿La cuarta edad?
¿Es usted un viejito de oro? La Lista de la Edad de Oro, publicada recientemente por la organización solidaria británica WRVS, anunció con trompetas el aporte de los mayores de 66 años a la sociedad, desde Judi Dench (76) hasta David Attenborough (85). Este mes la exposición 50+ que tendrá lugar en el Olympia de Londres estará dirigida a jubilados dispuestos a saltar en bungee que disfrutan de un retiro perpetuo. Los baby-boomers que ahora cumplen 66 –parece ser el mensaje– nunca la pasaron tan bien.
Mientras, se revelan alarmantes fallas en el cuidado de los ancianos. La Comisión para la Calidad de la Atención de Gran Bretaña encontró que los pacientes de edad avanzada internados en hospitales suelen estar deshidratados y desnutridos, mientras que la sociedad benéfica Age Concern detectó que los mayores de 65 con discapacidad recibían un cuidado muy inadecuado. ¿Cómo compatibilizar ambas cosas?
Los que integran la Lista de Oro quizá sean cronológicamente ancianos, pero su buena salud y su éxito les garantizan no ser clasificados social y culturalmente como viejos. Tampoco tienen problemas económicos. De hecho, lo que distingue a los “viejos de oro” es la independencia económica: ganan lo suficiente para no depender de un sector público carente de fondos y cuyos empleados están entre los de más bajo salario y rango de los que trabajan en salud pública. A menudo se supone que, a medida que envejecemos, más nos parecemos: nos convertimos en un viejo genérico. En realidad, las desigualdades de clase se tornan más evidentes.
Sin embargo, ambos grupos –los viejos jóvenes y los viejos viejos– tienen algo en común: sufren de gerontofobia, el miedo al envejecimiento y la hostilidad hacia los ancianos. Nada expresa esto más claramente que la creación de la “cuarta edad”. Para que la “tercera edad” sea un período de aventura y crecimiento personal, se necesita una “cuarta edad” en la cual se pueda encasillar al resto. Al crear un nuevo estereotipo a partir de los que tienen movilidad, salud y dinero, se descarta a los inmóviles, enfermos y pobres.
La negación de la edad es un fenómeno moderno. No estamos viviendo en la edad de oro del envejecimiento. Cuando el andador ya no sea motivo de burla como signo de senectud sino que se lo vea como una ayuda valiosa para conservar la movilidad, quizá sí vivamos en ella.