La familia, el amor, el trabajo, la salud… Cuando hay problemas, cada área de la vida parece erigirse como un gigante que amenaza con aplastar a todo aquel que se cruce en su camino. Para colmo, un problema llama a otro y parece que no hay forma de solucionarlos a todos.
En esos momentos de caos, lo que menos deseamos perder es la paz interior pero, a decir verdad, es casi imposible mantenerse centrado y con la mente despejada cuando los problemas nos golpean con la fuerza de un huracán.
¿Cómo recuperar la paz?
Para saber de qué forma se recupera, primero hay que entender por qué motivo se perdió. En uno de sus best sellers, titulado En los pasos de Jesús, el obispo Macedo explica: “La caída del hombre, en el jardín del Edén, destruyó la paz existente entre él y Dios, consigo mismo y con los demás hombres, con los demás seres y, además, con la propia naturaleza”. Y también revela qué sucedió para que esa paz sea nuevamente establecida: “A través de la cruz del Señor Jesús, Dios estableció nuevamente la paz, conforme está escrito: ‘Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…’, (Romanos 5:1).
Por lo tanto, la paz involucra mucho más que una mera tranquilidad íntima que prevalece a pesar de las tempestades externas. Al contrario, se trata de una cualidad espiritual, producida por la reconciliación, por el perdón de los pecados y por la conversión del alma. En cierta ocasión, el Señor Jesús dijo: ‘La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da…’, (Juan 14:27).
Esta paz es una dádiva celestial y, en realidad, un contacto de Dios con el alma, por medio del Espíritu Santo. De la misma forma en que Él nos enseña al respecto de Cristo, nos da la calma, la certeza de la tranquilidad aun en los momentos de tempestad. Por eso, el Espíritu Santo también es llamado Consolador. En los momentos de aflicción, podemos perfectamente mantener la calma y la tranquilidad, porque el Espíritu Santo nos llena de confianza en Cristo Jesús y, consecuentemente, de Su paz inefable. La paz es exactamente lo contrario al odio, a las desavenencias, a las contiendas, a los conflictos, a la envidia, en fin, a todas las obras de la carne. Como un niño se calma en los brazos de su madre, así el cristiano se sosiega en Cristo Jesús. ¡Esto es paz!
La paz es una cosa preciosa, y bienaventurado es el hombre que la alcanza. Desafortunado es quien no busca la paz de Dios. Él nos dio a Su propio Hijo como rescate para librarnos de nuestro verdadero enemigo. Generalmente, el ser humano busca la paz en todo lo que este mundo puede ofrecer, pero termina comprobando que esto resulta en ansiedad y confusión para su vida. Lo que siempre le faltó y que aún le falta a nuestro mundo es exactamente la paz, la armonía y la buena voluntad entre los hombres, contrariamente a lo que Dios dispuso.
En nuestros días, vivimos quizá más que nunca esta triste realidad. Existen organizaciones internacionales que dicen tener la comprensión y la cooperación entre los pueblos en sus programas. Sin embargo, se ven muy pocos resultados de esos esfuerzos, muchas veces bien intencionados. ¿Cuál será la razón? Si leemos la Palabra de Dios, por ejemplo, en el Evangelio de Lucas, aprendemos que el hombre solamente alcanza la paz cuando se somete a Dios y Le da toda la gloria.
Cuando Cristo nació, los ángeles cantaron, expresando la voluntad divina: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!’, (Lucas 2:14). Mientras vivamos lejos de tal integración y sumisión a la suprema voluntad, viviremos en desarmonía por dentro y por fuera. Quien vive en esa desarmonía con Dios, de ninguna manera puede promover armonía. La paz comienza en el interior del individuo, para después poder influenciar el ambiente.
Nadie puede dar otra cosa más allá de lo que posee, (Lucas 6:43-45). La paz es algo interior, una situación del alma, que consiste en estar en una relación de armonía consigo mismo y con Dios. Quien estuviera en paz con su Creador, también lo estará consigo mismo y con sus semejantes.
Si no hay paz en el mundo, si los pueblos y las naciones no se entienden, este es un reflejo de nuestra situación delante de Dios. Si la Iglesia de Cristo está dividida dentro de sí misma, es también un reflejo de nuestra propia relación con Dios. Todos nosotros nos equivocamos cuando nos obstinamos en querer controlar todo, queriendo hacer nuestra voluntad, cuando nos exaltamos a nosotros mismos… Muchos son los que incluso claman por el nombre del Señor, pero confían en sus propias manos y en lo que pueden producir.
La paz es uno de los gloriosos frutos del Espíritu Santo de Dios en nosotros. ¡Sin Dios no hay una verdadera paz! Sin la presencia del Príncipe de la Paz, de Quien el profeta Isaías habla, no hay unión en amor. Jesús les dijo a Sus discípulos, antes de dejarlos: ‘La paz os dejo, Mi paz os doy…’. Confiando en esta herencia podemos probar el resto del versículo: ‘… No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.’, (Juan 14:27)”.
El Ayuno de Daniel, una oportunidad
Desde el pasado 29 de enero y durante 21 días, hasta el 18 de febrero inclusive, la Universal se encuentra realizando el Ayuno de Daniel. Un tiempo especial para que las personas se desconecten del mundo y de todo tipo de información secular para poder acercarse más a Dios y recibir el bautismo con el Espíritu Santo.
Durante esos 21 días se fomenta el consumo de contenido espiritual, la lectura y meditación en la Palabra de Dios y la búsqueda del Espíritu Santo. Quienes se lanzan de lleno a participar de este propósito y sacrifican el entretenimiento que este mundo ofrece viven una renovación espiritual y adquieren una mayor sensibilidad a la voz de Dios.
Participe del Ayuno de Daniel, para que el Espíritu Santo repose sobre su vida y le convierta en Su morada. De esa forma encontrará la paz que nunca tuvo, esa paz que no desaparece por más intensos que sean los problemas que le toque enfrentar.
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