En respuesta a esta pregunta muchos dirían:
“Ah, yo sirvo a Dios porque Lo amo, porque Él me salvó, porque quiero ganar almas, porque estoy agradecido por todo lo que Él hizo por mí, etc…”
Esto es lo que dicen las palabras, pero, ¿y su corazón? ¿Qué es lo que dice?
La Biblia habla de un rey llamado Amasías, que hizo lo que era recto delante el Señor; sin embargo, no lo hizo con perfecto corazón (2 Crónicas 25:2).
¿Qué es lo que sería la perfección de corazón?
Es hacer las cosas con sinceridad, con rectitud y con integridad.
Sin segundas intenciones.
Amasías hacía todo bien, sin embargo, con malas intenciones.
Cuando afirmó su reinado, la primera cosa que hizo fue matar a sus siervos que habían matado a su padre. Es decir, esperó que su reino se fortaleciera para poner en práctica el deseo de venganza que estaba en su interior. Al regresar de una batalla, trajo a los dioses de sus enemigos y los adoró quemándoles incienso. Él dejó de seguir a Dios, y, por eso, perdió su vida.
Nosotros hemos escuchado decir a muchos obreros que cayeron y que fueron rescatados: “yo estaba todos los días en la iglesia; trabajaba en todas las reuniones; llevaba personas a la iglesia; hacía núcleos de oración, cuidaba un grupo; atendía a las personas, etc…”
Sin embargo, aun siendo tan activos en la obra, ¡cayeron! Y, ¿por qué cayeron?
Simple: ellos comenzaron a hacer la obra mecánicamente, sin el deseo sincero de agradar a Dios. Hacían todo lo que el pastor les pedía, pero sin espontaneidad. ¡Perdieron el primer amor!
Cuando eso sucede, Dios ya no tiene más placer en esa persona y no acepta su ofrenda. Nuestro servicio es una ofrenda para Dios, por eso, tiene que ser sincero y sin intenciones personales.
Cierta vez, un pastor me buscó para una orientación y me dijo: “Obispo, ¡no entiendo! Estoy hace tanto tiempo en la obra, ya pasé por tantos lugares, enfrenté tantas luchas, tantas dificultades a lo largo de los años, y he visto a personas que comenzaron después de mí, que no pasaron por lo que yo pasé, y que no hicieron lo que yo hice, ocupando lugares más altos, ¡mientras que yo continúo cuidando una iglesia!”
Delante de lo expuesto, yo le hice esta pregunta:
-¿Por qué usted sirve a Dios?
Él me miró y respondió:
-¡Porque quiero ganar almas!
-¿Y qué es lo que ha hecho durante estos años de obra?
¿No fue para eso que Dios nos llamó?- le pregunté.
Lamentablemente, muchos están preocupados por su futuro y por el futuro de su familia.
Sus proyectos son personales, y lo que hacen en la obra es en búsqueda de comodidad o de un lugar prominente para que todos los vean.
Cuando Dios nos eligió para Servirlo, no nos prometió lugares o posiciones, ¡por el contrario!
Él dijo:
“Si alguno Me sirve, sígame; y donde Yo estuviere, allí también estará Mi servidor. Si alguno Me sirviere, Mi Padre le honrará.” Juan 12:26
¿Usted sabe a dónde está el Señor Jesús?
Búsquelo entre los miserables y despreciados de este mundo, entre los afligidos y amargados, entre los desesperados y abatidos, entre las víctimas de injusticia y los humillados. ¡Él está en medio de estas personas!
Y Sus siervos estarán allí también.
Si disponemos nuestro corazón a agradar a Dios y nos humillamos delante de Él, buscando Su voluntad como lo hizo Daniel, Él nos bendecirá. Daniel 10:12
¡Disponer el corazón, es colocar toda la fuerza, todos los deseos, toda la vida, todo el entendimiento, toda el alma en buscar y amar a Aquel que es más importante que los proyectos personales!
El Dios de Abraham.
Hay quienes buscan muchas cosas en este mundo. Quieren conquistar el oro y el moro. Se miran solo a sí mismos, a su futuro, con quién van a casarse, dónde trabajarán, la profesión que abrazarán, pero, no se preocupan en agradar a Dios.
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