Cuando la persona, de hecho y de verdad, quiere tener un Encuentro con Dios, nacer de nuevo, ser bautizada con el Espíritu Santo, toma actitudes decisivas para su vida.
Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que Jesús fue a la casa del fariseo y Se sentó a la mesa. Cuando una mujer de la ciudad, que era pecadora, se enteró de que Jesús estaba a la mesa, en la casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los Pies de Jesús y comenzó a bañarlos con lágrimas y a secarlos con sus cabellos; también se Los besaba, y Los ungía con el perfume. Lucas 7:36-38
Este fariseo, hombre religioso, que tenía cierta influencia política regional, famoso, de una condición económica privilegiada, invitó al Señor Jesús a que fuera a su casa. Y Jesús fue, ya que Él no rechaza a nadie, al contrario, ¡quiere salvar y bendecir a todos! Sin embargo, no basta que usted solo Lo invite a su vida.
Observe que esta mujer, aun no habiendo sido invitada por las personas, fue invitada por su propia Fe. No esperó a que alguien la llamara para que fuera a la casa de Simón, el fariseo, ella se llamó, cuando podría haberse excluido, su arrepentimiento sincero la hizo buscar el Perdón Divino, ya que era una mujer pecadora.
Una mujer pecadora, en aquella época, era una mujer que vivía en la prostitución, pero no porque quisiera. Y esa vida le causaba amargura, tristeza, traumas… tal como nosotros, que ya cometimos muchos errores y fallas, que nos han hecho sentir impuros, indignos de estar en la Sinagoga o de buscar a Dios.
Sin embargo, el mismo Espíritu Santo que actuó en aquella mujer es El que lo trae a la Casa de Dios. Ella llegó a los Pies del Señor Jesús y lloró, pues las lágrimas hablan lo que las palabras no logran expresar. La lágrima expresa alegría o tristeza extremas; una satisfacción o una aflicción extremas, o un placer o dolor extremos, no hay término medio. En su caso, expresaba su amargura, su vergüenza y su dolor extremos. Ella exteriorizó lo que traía en su interior, lo que no lograba expresar con sus palabras, pero que, con sus lágrimas, regaba los pies de Jesús.
El bálsamo, en aquella época, era el perfume, el ungüento más caro que existía. Esta actitud de Fe revela que ella no quería continuar más con la misma vida, quería darle un fin a esa vieja vida y darle inicio a una nueva. Es por eso que, aun no siendo invitada, ella se invitó, y fue hasta donde Jesús estaba, se acercó, se arrodilló, y, llorando a Sus pies, arrepentida, lavaba Sus Pies y los enjugaba con sus cabellos. Y para terminar, ella derramó el bálsamo, el ungüento.
Cuando la persona quiere de hecho el bautismo con el Espíritu Santo, hace lo que hizo esta mujer:
– Se incluye, no se excluye. No deja que sus sentimientos, emociones y/o personas le impidan ir adonde Jesús está para ser oído, servido, reconocido en la Universal;
– Se sacrifica físicamente, superando la distancia, el cansancio, la pereza, el miedo (además de todo eso, ella no era bienvenida en aquella casa por el hecho de ser una mujer pecadora y, si no hubiera sido por el Señor Jesús, ni siquiera hubiera podido entrar, pues de inmediato la habrían expulsado).
– Se sacrifica espiritualmente, inclinándose delante del Señor Jesús, humillándose, reconociendo sus errores, limitaciones e imperfecciones.
– Llorando, lavó los pies del Señor Jesús, y estas lágrimas eran lo que ella traía dentro de sí, como amargura, odio, miedo, soledad, tristeza, inseguridad…
– Como esa actitud de ella debe ser la de todos los que se proponen darle un fin a la vida vieja para iniciar una nueva: exteriorizar lo que está en su corazón y mente.
– Humillarse delante de Dios es el principio para que la persona se libere del espíritu del orgullo y reciba el Espíritu Santo.
– Y sacrifica materialmente, pues ella derramó el jarro de alabastro con ungüento.
Podemos ver con claridad a través del Texto Sagrado que:
Ella se humilló; por otro lado el fariseo se exaltó.
Ella se postró; él permaneció de pie.
Ella no dijo nada, pero habló con Jesús dentro de sí, a través de sus actitudes, que estaba arrepentida y que Lo reconocía como su Señor; por su parte él decía que Jesús no era el Mesías. ¡Él tenía dudas!
¡Esa mujer salió de aquella casa transformada, para vivir en novedad de vida, porque aprovechó su oportunidad! No quiso solo una bendición, sino la transformación, por eso derramó ese bálsamo que se usaba cuando la joven se preparaba para entregarse al novio. Ella, que antes vivía una vida sucia, de prostituta, se volvió virgen y pura a los Ojos de Dios, a causa de una única cosa: arrepentimiento. ¡Cuando usted se arrepiente sinceramente, es transformado en quien Dios quiere que usted sea!
Existen personas que no valoran lo más importante, aunque delante de ellas esté la Oportunidad de Nacer de Nuevo. La religiosidad las vuelve ciegas y, por más equivocadas que estén, no logran ver, como fue el caso del fariseo:
– Note que este hombre Lo invitó al Señor Jesús para que entrara a su casa, pero no para que entrara a su vida;
– Él no tenía la certeza de que el Señor era el Mesías. ¿Y sabe por qué? A causa de la Humildad y Simplicidad del Señor Jesús. ¿¿¿O usted ya vio que algún rey (de nada de este mundo), reina (de nada de este mundo), presidente (de nada de este mundo), sea humilde, simple??? ¡No, claro que no! Ellos imponen su orgullo, exigen sumisión, muestran su poder económico, político y militar, ¿no es verdad?
– El Señor Jesús no. En Su Humildad y Simplicidad, Él nos revela los errores e imperfecciones ocultos a todos, menos a Él.
– Las personas confunden el hecho de invitar al Señor Jesús para que entre a sus vidas y la necesidad de buscarlo, servirlo, agradarlo, como fue el caso de este buen sirviente (Simón), que significa: “Aquel que oye”. Pero, practicar, que es el segundo paso, él no lo dio. Aquí está la respuesta para quienes dicen: “Pero yo soy honesto, creo en Dios, soy aplicado en lo que hago, soy sincero, no le hago mal a nadie, no cometo “grandes” pecados… ¿por qué Dios no me atiende, bendice, realiza?”
¡Porque no basta con invitarlo, hay que servirlo!
Ahora usted ya sabe por qué le falta Paz…
Colaboró Obispo Júlio Freitas