En el último tiempo se ha dado un auge en la divulgación de las neurociencias. Entender lo que pasa con el cerebro humano, comprender las reacciones fisicoquímicas que desencadena y que pueden explicar ciertos comportamientos dejó de pertenecer solo al ámbito científico.
Entonces, el público “común” pudo entender que el amor, por ejemplo, es producto de una serie de reacciones químicas e impulsos nerviosos, que disminuye los niveles de serotonina y aumenta los de dopamina. Hace que se activen sustancias que son percibidas por zonas del cerebro relacionadas a los centros de recompensa.
Según Helen Fisher, profesora e investigadora de antropología en Estados Unidos, el impulso del amor está arraigado en el cerebro humano. Por lo tanto, el amor es una necesidad fisiológica, “un instinto animal” y también el resultado de un flujo químico cerebral.
Una explicación similar requiere la ira. Frente a una emoción negativa, el sistema nervioso dispara una serie de reacciones químicas, de forma que todo el cuerpo empieza a vivir esa experiencia. La glándula suprarrenal segrega epinefrina (adrenalina) y norepinefrina (noradrenalina) que provocan tensión, exacerban y alteran el ritmo cardíaco, la función pulmonar, la presión sanguínea y la actividad del tracto digestivo, entre otras, y parece que ya no hay forma de volver atrás.
Los cambios dados por sustancias químicas, orgánicas, desencadenan reacciones más o menos violentas. Si lo vemos desde la óptica puramente biológica no hay posibilidad de controlar este tipo de emociones. Picos dopaminérgicos, acompañado de oxitocinas, vasopresinas, andrógenos, estrógenos, copulinas, y opioides, niveles de testosterona que aumentan o disminuyen, todo eso está dando vueltas en nuestro organismo.
Todo estaría determinado por la genética y por las condiciones ambientales en las que está inmerso ese ser humano. El amor está destinado a morir “químicamente” a los 7 años. La “emoción violenta” es un atenuante ante un crimen, porque la persona estaba condicionada a actuar de esa forma por su organismo… Y así podríamos seguir nombrando ejemplos de factores que rigen nuestras acciones. ¿Pero, entonces, qué nos distingue del resto de los animales?
La capacidad de razonar es lo que diferencia a la especie humana de todas las demás, y es esta razón la que posibilita gobernar las emociones, frenar a tiempo el desencadenamiento de todas esas reacciones involuntarias. El razonamiento, que es la clave para evitar problemas y tomar decisiones acertadas, es un don de Dios.
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