Había un hombre que enfrentaba un momento de miseria en su vida. Él había perdido el empleo y necesitó vender una vaca y algunas gallinas que le proporcionaban un poco de mantenimiento – eran los únicos bienes que le habían sobrado.
Sin embargo, cierto día, sin tener cómo alimentarse, pensó sobre lo que podría hacer para saciar el hambre.
Viendo la quinta del vecino, notó que existía una plantación de legumbres y verduras. Entonces, rápidamente le vino a la mente la idea del saltar el muro y robar una cantidad de alimentos que le permitiese hacer una sopa. Y fue lo que hizo.
Sin embargo, luego de haberse alimentado, el hombre sintió remordimiento y oró a Dios pidiendo perdón por haberle robado al vecino.
Pero el remordimiento no fue suficiente, porque, el segundo día de miseria, el hombre – no aguantando más la molestia en la panza – nuevamente pensó en qué podría hacer para matar al hambre y recordó la plantación. Saltó el muro y preparó una sopa. Con remordimiento, Le pidió a Dios perdón por el error que había cometido.
El tercer día, la miseria persistía y el hombre no logró encontrar un nuevo empleo. Así, colocó la mano en la cabeza y reflexionó sobre cómo haría para pasar un día más sin comida. Nuevamente vino a su memoria la hortaliza del vecino. Otra sopa, otra oración pidiendo perdón.
Después de una semana robando las legumbres y verduras del vecino, el hombre oró a Dios nuevamente, mientras miraba al plato de sopa, y dijo: “Señor, perdóname por haberle robado a mi vecino hoy… y por lo de mañana… y pasado mañana también.”
Conclusión: los siguientes días ni siquiera habían sucedido aún y el hombre ya estaba pidiendo perdón por los pecados futuros.
El pecado no puede volverse un hábito
Cuando una persona Le entrega su vida al Señor Jesús y se bautiza en las aguas, deja atrás toda la vida de errores y pecados que cometió y comienza una nueva etapa según la orientación de Dios.
Sin embargo, algunas personas, aun alegando haberle entregado su vida al Señor, continúan haciendo lo que les agrada a los espíritus malignos. Y así como el hombre de la historia, día tras día cometen pecados y buscan el perdón de Dios. No logran realmente “morir para este mundo”. No resisten a las tentaciones.
No obstante, es necesario atención, pues, cuando los escribas y fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio y Le pidieron al Señor Jesús que la juzgase, Él les contestó diciendo: “Él que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.”
Al concluir, Jesús dijo: “Ni Yo te condeno; vete, y no peques más.”
Entonces, Dios es misericordioso para perdonar a aquellos que Lo buscan, pero es necesario que después de eso, la persona abandone totalmente el pecado.
Si usted se equivocó y no tiene fuerzas para volver a tener comunión con el Creador, no se desanime. Él está con los brazos abiertos para recibir y transformar su vida para mejor. Por eso, no pierda tiempo, participe de un encuentro en la Universal más cercana a usted.
(*) Juan 8:2-11
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