La sed solo viene cuando existe una necesidad que implica una falta física. Lo mismo sucede cuando deseamos alcanzar o concretar un sueño, una realización. Nadie paga el precio si no existe la necesidad. Mientras no existe esa sed, la persona va despreciando su vida.
El problema es que muchos intentan matar la sed con un agua que no sacia y volverán a tener sed.
Muchos tienen sed de casarse, de construir una familia estable, de tener una buena reputación, de ser valorados, entre otras cosas. No está mal desear todo eso, sin embargo, esas conquistas no los realizan completamente.
El problema es que su alma siempre le engaña, porque la persona siempre busca algo nuevo, una emoción más fuerte: es insaciable. Depende de los amigos, de los familiares, del deseo, de ser especial para alguien, pero nunca de ser importante para ella misma. Y todo eso limita a su espíritu porque, una vez que pasan los momentos de euforia, de las nuevas conquistas, surgirán situaciones en las que usted necesitará que su espíritu sea fuerte.
Se casó, pero no logra constituir una familia equilibrada. Tiene fama, pero su ser está incompleto. Tiene amigos, sin embargo no le dan la paz y la seguridad que necesita. Siempre está faltando alguna cosita en el medio. ¿Y quién puede saciar aquella búsqueda incesante de algo más?
Solamente Dios, el “Agua de la Vida”. Ese “Agua” es la que nos hace independientes a la sed del alma. Es más: nos hace la propia fuente. La persona es vida y transmite la misma vida a los que están a su alrededor.
“… mas el que bebiere del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Juan 4:14
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