Existen incontables promesas en la Palabra de Dios que se refieren a la cura de enfermedades. Pero más que las promesas, ella muestra ejemplos de personas que, por medio de sus actitudes de fe, fueron curadas.
En el Nuevo Testamento, por ejemplo, tenemos muchos relatos de curas realizadas por el Señor Jesús y Sus discípulos y, posteriormente, apóstoles. Eso sin mencionar los casos que no fueron relatados en la Biblia, pues no habría en el mundo suficientes libros para eso, como cita el apóstol Juan (Juan 21:2).
Y aunque el Señor Jesús haya concedido a Sus discípulos autoridad para curar en Su nombre (Mateos 10:1) y Él mismo haya realizado varios milagros, el mayor responsable por la cura es el propio enfermo. Es el Señor Jesús Quien afirma eso.
Tomemos como ejemplo la cura de la mujer hemorrágica.
“…Fue, pues, con Él; y Le seguía una gran multitud, y Le apretaban. Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó Su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente Su manto, seré salva.” Marcos 5:24-28
Ahora vamos a analizar los pasos que esa mujer dio hasta llegar al Señor Jesús y que fueron determinantes para que su cura fuese concretada. Ella no solamente tenía fe, sino que tomó una actitud de fe:
1° paso – Ella no se conformó con su problema.
2° paso – Reconoció que el Señor Jesús era su única salida. Hacía 12 años que ella sufría con aquella hemorragia. Ya había recorrido todos los médicos, gastado todo lo que tenía y nada había servido. Oyendo hablar del Señor Jesús, de las maravillas que Él operaba, colocó en Él toda su confianza.
3° paso – Ella determinó en su corazón que solamente al tocar las vestiduras del Señor Jesús sería curada. En ningún momento dudó. Solamente creyó.
4° paso – Ella no escatimó esfuerzos para ir hasta Jesús, pues tenía una plena certeza de que en Él estaba la cura de aquella hemorragia. Aún delante de la multitud que Lo seguía y Lo apretaba, no vaciló. Fue a su encuentro, incluso arrastrándose.
Y sucedió conforme a lo que determinó:
“Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en Sí mismo el poder que había salido de Él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado Mis vestidos? Sus discípulos Le dijeron: Ves que la multitud Te aprieta, y dices: ¿Quién Me ha tocado? Pero Él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de Él, y Le dijo toda la verdad. Y Él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.” Marcos 5:29-34
Observe que desde el momento en que la mujer hemorrágica decidió ir al encuentro del Señor Jesús hasta el momento en que tocó el borde de Su vestidura, Él no tuvo ningún contacto con ella, ni siquiera la había visto. Cuando se dirigió a ella por primera vez fue para decirle: “Hija, tu fe te ha salvado.”
Obviamente es del Señor Jesús el poder para curar, pero fue el conjunto de actitudes de fe de aquella mujer lo que hizo que ese poder saliese de Él para curarla. El nombre del Señor tiene autoridad y poder para curar, pero quien hace que ese poder sea librado para liberarnos de las enfermedades y de todos los males somos nosotros mismos, por medio de las actitudes de fe.
Los cuatros pasos de la mujer hemorrágica se resumen en una única: fe en acción.
La fe que agrada a Dios, provoca la cura de cualquier enfermedad y la victoria sobre cualquier problema, se manifiesta acompañada de actitudes, lo contrario, es solo religiosidad.
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