El profeta fue una figura muy importante para el establecimiento del orden en Israel.
Aunque el sacerdote Elí respetara a Dios, permitía que sus hijos, que también eran sacerdotes, quedasen impunes de los pecados que cometían (1 Samuel 3:13). Además de esto, Israel estaba alejándose de la presencia de Dios.
Por eso, el Señor eligió a Samuel entre los israelitas para ser el “juez” de aquel pueblo. En cierta ocasión, cuando él era un niño, Dios lo llamó. Samuel fue hasta el sacerdote Elí, creyendo que era él quien lo había llamado. El sacerdote lo negó, y después se dio cuenta de que era Dios quien realmente lo llamaba (1 Samuel 3:5,8). Lo interesante es que en aquella época raramente el Señor hablaba con las personas.
Durante el diálogo, Dios le explicó a Samuel que el sacerdote Elí tendría que responder por los pecados de sus hijos. Al día siguiente, Elí le preguntó a Samuel lo que el Altísimo le había dicho, aunque el muchacho tuvo recelo de decírselo, terminó contándole, a pedido del sacerdote. Pero Elí no se inmutó, porque ya sabía que Dios no estaba contento con todo eso (1 Samuel 3:18).
Mientras el tiempo fue pasando, Dios continuó mostrándose a favor de Samuel. El objetivo del sacerdote era hacer que los israelitas se acercaran al Creador.
Juntamente con el pueblo de Israel, Samuel tuvo el desafío de vencer a los filisteos: “Habló Samuel a toda la casa de Israel, diciendo: Si de todo vuestro corazón os volvéis al Señor, quitad los dioses ajenos y a Astarot de entre vosotros, y preparad vuestro corazón al Señor, y sólo a Él servid, y os librará de la mano de los filisteos.” (1 Samuel 7:3)
Las personas tenían mucho miedo a la invasión de los filisteos y por eso le pedían a Samuel que intercediera para que Dios los librara. “Entonces los hijos de Israel dijeron a Samuel: No dejes de clamar al Señor nuestro Dios por nosotros, para que Él nos libre de la mano de los filisteos. Tomó Samuel un cordero de leche y lo ofreció como completo holocausto al Señor; y clamó Samuel al Señor por Israel y el Señor le respondió.” (1 Samuel 7:8-9)
Siempre dirigido por Dios
Y así condujo a aquella nación bajo la orden de Dios. Y cuando Samuel envejeció, nombró a sus hijos, Joel y Abías, como líderes en Israel. Pero ellos se volvieron ambiciosos, aceptaban sobornos y pervirtieron la justicia. Debido a esto, las autoridades de Israel se unieron para solicitar que Samuel nombrara a un rey para que cuidara al pueblo, porque sus hijos no eran buenos. El profeta entonces oró y le pidió dirección a Dios, para que respondiera el pedido de todos. Y así Saúl fue ungido rey, lo que convirtió a Samuel en una figura central en el surgimiento de los monarcas de Israel.
Sin embargo, Saúl terminó contaminándose con el pecado, entonces, posteriormente, Samuel tuvo que ungir a David para el trono, a pedido de Dios.
Durante el reinado de David, Israel promovió la mayor expansión de su territorio hasta aquel momento. Fue en el período de 1120 a 970 antes de Cristo (a.C), donde los israelitas no tuvieron interferencia Babilónica, de los asirios o de otros pueblos. Fueron años positivos.
Samuel nos dejó a todos un ejemplo de siervo fiel. Aquel que no se dejó corromper por las malas costumbres de su época y siempre actuó conforme a la voluntad del Señor.
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