Un estudio publicado en la revista Science al comienzo de este año se transformó en polémica en el medio científico. Conducido por investigadores de la Universidad Johns Hopkins y de la Escuela de Salud Pública Bloomberg, afirmaba que la mayor parte de los casos de cáncer podía ser atribuida a la “mala suerte”. (Exactamente “bad luck”, en el artículo científico original).
El cáncer es causado por la mutación de una célula que comienza a dividirse desordenadamente. Los investigadores encontraron la relación entre la cantidad de divisiones celulares en un tejido y la chance de aquel tejido de desarrollar cáncer. Al no encontrar estándares o razones aparentes para que sucedieran esas mutaciones en un determinado tejido más que en otro, llegaron a la conclusión de que se trataba de una cuestión de “mala suerte”.
Imaginé que toda la comunidad científica iba a caerles encima, horrorizada con el uso de la palabra “suerte” en un artículo científico, y esperé un tiempo para ver la repercusión. Sí, hubo polémica, pero alrededor de la conclusión de los medios de que era inútil evitar el cáncer.
Cuestionaban los métodos, los cálculos y la interpretación de los periodistas. Los autores prometieron dejar los resultados más claros, para que las personas no entendieran que podían despreciar los cuidados de la salud. Pero nada fue cuestionado sobre la señora suerte.
No es novedad. Sobre ese mismo tema en 2004 el renombrado fisiólogo Richard Doll, uno de los responsables por encontrar la relación entre el cigarrillo y el cáncer de pulmón en la década del 60, escribió un artículo en la revista internacional Journal of Epidemiology, que terminaba con la siguiente frase:
“Si un individuo expuesto va a desarrollar o no un cáncer es, en gran de parte, una cuestión de suerte; mala suerte si las varias alteraciones necesarias ocurrieron todas en la misma célula tronco mientras existen varios millares de células en riesgo, y buena suerte si no ocurrieron.”
En serio. ¡Células azarosas! Y realmente quieren que yo crea como “verdad absoluta” todo lo que dicen. La mala suerte y la buena suerte tienen la misma fuente. Ese concepto surgió cuando, sin saber explicarlo, las personas atribuían los eventos a la existencia de una fuerza oculta responsable por acontecimientos aparentemente aleatorios. Esa fuerza fue llamada suerte y sirvió como inspiración para la creación de innumerables divinidades paganas, como la romana Fortuna o la griega Tique. Entonces, los científicos de nuestro tiempo hacen exactamente lo mismo que los religiosos del pasado hacían.
Las personas creen que las respuestas que la ciencia ofrece son verdades irrefutables, aun cuando estén basadas en conceptos poco confiables. El pensamiento científico moderno juzga aleatorios procesos que no comprende. Extrañamente, sin embargo, abomina cualquier mención de una inteligencia superior por detrás de la creación del universo, alegando que las personas crearon la idea de Dios para explicar cosas que no entendían bien… Opa, ¿no es exactamente lo que la ciencia hace con “suerte”?
A final de cuentas, ¿qué es mejor? ¿Intentar descubrir lo que hay en los espacios vacíos (aunque escape a la comprensión) o culpar a la casualidad, cerrándole los ojos a lo que no entendemos? ¿Cuántas conclusiones equivocadas han sido sacadas basadas en la casualidad? Muchos descubrimientos reales dejan de ser hechos porque la ciencia cierra los ojos a lo que no quiere ver.
¿Cuál es la diferencia entre una fuerza aleatoria desconocida y una fuerza específica desconocida? Y si, en vez de “mala suerte”, el artículo dijese “demonio”, ¿habría sido publicado en una revista científica? Imagínese leer en un portal secular: “La mayoría de los casos de cáncer es causado por los demonios”. ¿Y si fuese enviado a Science? Probablemente, sería rechazado, bajo el pretexto de “no ser científico”…
Cuando no encuentra una razón para determinado evento, ¿significa que esa razón no existe o simplemente que usted la desconoce?
Responsabilizar a la casualidad y no querer asumir que falta conocimiento suficiente al respecto de cuestiones básicas, como por ejemplo, la aparente aleatoriedad de las mutaciones en las células tronco. ¿Serán realmente aleatorias? Si depende de los sacrificios de la ciencia a la diosa suerte, jamás lo sabremos.
Colaboró: Vanessa Lampert