Satanás no tiene miedo de los que anuncian el Evangelio, pero él le teme a quien lleva una vida de obediencia a Dios.
Desobedecer a la autoridad de Dios es pecado, y pecar es una cuestión de conducta.
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21-23)
En estos versículos, vemos al Señor Jesús reprendiendo a los que profetizaban y expulsaban demonios en Su nombre. Pero, ¿por qué fueron censurados?, lamentablemente muchos de los que hacen la obra de Dios la realizan por ego, por beneficio propio, por estatus y no por obediencia. Esta es la razón por la cual muchos fracasan en sus ministerios.
En proporción como sea la obediencia del hombre, mientras sus acciones van disminuyendo, él crece delante de Dios. Cuando asumimos un verdadero compromiso con Dios, comenzamos a ser disciplinados, no prevalece más nuestro “yo”, sino que, de esta manera, nos llenamos de obediencia.
El hecho de estar sujeto a una autoridad no significa estar sujetos a personas, sino, sujetarse a la unción que esa persona tiene, dada por Dios.
Si queremos andar de acuerdo con la Palabra de Dios y ser llenos del Espíritu Santo, antes debemos estar llenos de obediencia, que es el principio Divino.
El Señor Jesús es símbolo de obediencia (lea en la Biblia Filipenses 2:5-11 y Hebreos 5:7-9). Cuando hablamos de obediencia, principalmente refiriéndonos a Dios, la misma debe ser restricta y absoluta.
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