Celia Lizitra creció en un ambiente violento, tenía problemas estomacales, su cuerpo se brotaba y los médicos no le daban un diagnóstico. “Al tiempo me diagnosticaron hepatitis A, esto agravó los problemas, me salían llagas en la boca. Me volví rebelde, todo me molestaba, buscaba encerrarme y quedar a oscuras. Pero cuando salía era una persona alegre y divertida. Empecé a fumar, y fumaba tanto que no comía, entonces me desmayaba”, cuenta.
En su casa no había paz, odiaba a su padre, una mirada bastaba para iniciar una pelea. Ella no podía dormir a la noche. Se volvió alcohólica y depresiva, “me di cuenta de que estaba sola y decidí buscar a alguien para formar una familia. El primer año estuvo todo perfecto, pero después cambió, se volvió celoso, posesivo, controlador. Para evitar hacerlo enojar me vestía de otra manera, no me arreglaba tanto, dejé de pintarme, abandoné a mis amigos y hasta dejé mis estudios”, admite.
La historia de sus padres se repetía… “Una discusión era el disparador para golpearlo, morderlo, una vez hasta lo asfixié mientras dormía. Un familiar nos invitó a la Universal. Lo acompañé, yo no quería saber nada porque ya había intentado suicidarme tres veces, no comía ni me higienizaba. No tenía fuerzas para nada, solo lloraba.
Llegué a la iglesia e hice una prueba con Dios, si Él estaba allí, la depresión tenía que irse de mí. El primer viernes que fui Dios ya obró, toda la reunión lloré, entendí que Él estaba quitando esa carga de mí. Esa noche pude dormir tranquila, estaba en paz, feliz, y decidí volver. Perseveré en las reuniones y cambié, fui sanada y liberada de los tormentos espirituales y de los vicios. Me costaba mucho, pero Dios me dio la fuerza para luchar, mi novio cambió mucho, eso me daba fuerzas para seguir perseverando. Cambió mi carácter, tenía ganas de estar en casa, mi salud quedó perfecta, nuestra economía cambió, nos casamos y somos muy felices”.
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