“Oh, Señor, haz justicia en mi vida. ¡Haz justicia, Señor!”
Cuando hacemos este tipo de clamor no nos imaginamos la dimensión de tal frase.
Nos olvidamos de que “vida” para Dios se refiere, primeramente, a algo interno, y no externo.
Lo primero que Le interesa a Dios, cuando Le presentamos nuestra vida, es justamente el interior de quien la ofrece, y no el exterior (los problemas).
Por esa razón, es necesario que seamos totalmente conscientes de esta diferencia de punto de vista. Cuando pedimos que El Poderoso Juez haga justicia en nuestras vidas, tenemos que estar conscientes de que Sus ojos se enfocarán de inmediato en nuestro ser, en nuestra vida invisible, es decir, en lo que no vemos.
Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.) Romanos 3:5
¡Ciertamente no hay injusticia en Dios!
Para que la Justicia Divina sea exteriorizada con excelencia, primeramente esta necesita suceder dentro de aquel que clama. No hay justicia para quien vive en la injusticia. Donde existe el pecado, la injusticia siempre reinará, pues la misma habita dentro del pecador.
¿En qué necesita usted ver la materialización de la Justicia Divina?
¿En su matrimonio?
¿En su salud?
¿En su familia?
¿En su vida económica?
¿En su vida sentimental?
El Justo Juez desea y puede juzgar su causa, sin embargo es necesario que exista una justicia interior, una fidelidad y una intención correcta. Es necesario que exista una reciprocidad de justicias, o sea, la justicia debe ir y venir.
Analicemos nuestras intenciones y la condición para que entremos en la Presencia del Santo Juez a pedirle que juzgue nuestra causa y haga justicia en nuestras vidas.
No podemos olvidarnos de que durante el juicio, quien es víctima de injusticias también es investigado, a fin de que se compruebe la veracidad de sus quejas.
El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. Apocalipsis 22:11
Colaboró: Bianca Carturani