Dudo de que el más cruel, el más sanguinario, el mayor rufián o el mayor pedófilo en la faz de la Tierra no logre conmover el corazón de Dios cuando, de manera sincera, se humille y, por la fe, clame por Su compasión.
Por otro lado, dudo también de que el más religioso, el mayor diezmista, el más caritativo, el más fervoroso y fiel de su denominación alcance compasión cuando se auto justifique delante del Altísimo.
Quien quiera llegar al Señor Dios tiene que usar la humildad y la fe.
De lo contrario, no sucede nada.
Ningún orgulloso, arrogante, prepotente, autoritario, opresor o tirano tiene espacio delante del Todopoderoso.
El ministro de Guerra de Siria, cubierto de medallas de honra y orgullo, contrajo lepra. Un consejo de su sierva lo llevó a pedir ayuda al profeta Eliseo.
Cargado de oro, plata y finas prendas para pagar por el milagro, Naamán se detuvo a las puertas de la casa del profeta. Este no lo recibió, pero lo mandó a que se bañara siete veces en el Río Jordán. Al principio, él se resistió, pero, convencido por sus auxiliares, se sometió a desnudarse de la vestimenta del orgullo y a obedecer. Solamente tras la séptima inmersión en las contaminadas aguas del Jordán, su enfermedad desapareció.
¿Por qué muchos han tenido fe en Dios y no han alcanzado Sus favores?
Porque la fe de esos muchos no combina con su arrogancia.
Mucho menos con el orgullo de la humildad.
“Jesús exclamó: Yo Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeñitos. Sí, Padre, porque así Te agradó.” Lucas 10:21
Dios no está en contra de la sabiduría y la instrucción de los sabios y entendidos. Sino contra la arrogancia, el orgullo y el sentimiento de superioridad que muchos han cargado.
Por otro lado, pequeñitos no significa ignorantes o estúpidos, sino humildes de espíritu y, por lo tanto, aptos para oír y obedecer Su Palabra. Solo a esos es revelado el Reino de Dios.
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