En las décadas de 1980 y 1990, Arno Michaelis era un joven del tipo rebelde sin causa. Su rebeldía era extrema: fue skinhead (“Cabeza rapada”, en traducción libre) y uno de los fundadores de un grupo supremacista blanco del Estado de Wisconsin, en Estados Unidos, región en la que los conflictos raciales aún están lejos de tener un fin.
Arno integraba una banda de heavy metal cuyas canciones promovían el odio contra los judíos, negros, hispanos, orientales e incluso los blancos no racistas. Era movido, como dijo en una entrevista a la red británica BBC, por la adrenalina que el odio le proporcionaba. Se tatuó una esvástica, el supremo símbolo del nazismo, solo para provocar más rabia en las personas: “La sensación de lo prohibido era lo que más me motivaba.” Se peleaba con miembros de otras etnias. Reclutaba jóvenes para su grupo. Pero también comenzó a recibir golpes inesperados: la bondad de otras personas que él odiaba. “Era particularmente difícil continuar sintiendo rabia por ellas”, dijo a la BBC.
Una de esas personas que ofrecieron la otra mejilla, en vez de devolver el golpe, fue un judío que le dio un empleo a Arno en una gráfica textil de camisetas. “A pesar de que yo porté una cruz esvástica dentro de su fábrica e intenté reclutar a los blancos que trabajaban conmigo, él se rehusaba a echarme, insistía en que yo “era un buen muchacho” y que solo necesitaba una oportunidad”, dice.
De a poco, el joven notó que su odio era absurdo. Desilusionado, se volvió un “rave”. Que frecuentaba bailes llenos de música agresiva, drogas, alcohol, violencia y sexo desenfrenado. Fue el último escalón en la escalera que lo llevaba hacia abajo, o sea, al fondo del pozo.
Hasta que un día, una tragedia fue la gota de agua. Un supremacista blanco cometió, en Wisconsin, un atentado en un templo de la creencia sikh (originada en India y en Paquistán), mató a seis personas y se suicidó. El golpe fue grande para el ex- skin-head. “Pasé la noche despierto, preguntándome si sería alguien que yo habría reclutado”. No era, pero el criminal se parecía al joven que un día Arno fue.
El joven hizo una nueva elección, se convirtió en uno de los mayores activistas del antirracismo de Estados Unidos. Es uno de los dirigentes de una organización no gubernamental que promueve la paz entre las etnias con el uso de la cultura y los deportes en varios países. Él le da la receta para los que hoy siguen el peligroso camino que una vez tomó él: “Fueron las personas que me trataron con bondad y tuvieron verdadero coraje de no devolver mi agresión, las que me ayudaron a cambiar el rumbo de mi vida”, afirma.
Él ya ayudó a muchas personas que antes él lastimaba. La sonrisa en su rostro es constante. Y da más consejos de cómo pelear un buen combate.”Como alguien que antes predicaba el odio que destruyó a millones de personas, descubrí el antídoto para eso: presencia y amor. Las personas heridas hieren a otras. Las personas felices, no.”
Podemos ver que somos nosotros los que reflejamos gran parte de lo que hay bueno o malo en el mundo que vivimos. Todo depende de las actitudes que tomemos. Y usted que ahora termina de leer este texto ¿Ya eligió de qué lado quiere estar o también está esperando que ocurra una tragedia para decidirlo?
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