El término griego «haguiazo», para la palabra «santificar», se define como la «separación para posesión y uso exclusivo de Dios».
Los que el Altísimo escogió fueron llamados a la santidad, es decir, a guardarse de todo tipo de corrupción e inclinación pecaminosa.
Solo quienes se conservan puros y obedientes a la Palabra mantienen su identidad espiritual unida al Señor Jesús, por eso podrán ser habitados por Su Espíritu Santo y usados por Él en Sus propósitos.
Santificar el nombre de Dios es mucho más que no usar Su nombre en vano; santificar Su nombre es respetarlo, considerarlo, hablarle constantemente y darle las gracias por todo, en cualquier circunstancia. Santificar Su nombre es no murmurar cuando algo malo nos sucede o cuando las cosas no salen de la manera que esperábamos.
En la práctica, santificar Su nombre es obedecerlo, con la confianza y la alegría de saber que Él hará Su parte y Su voluntad, la cual es soberana y prevalecerá.
Está escrito y profetizado que Dios no quiere habitar en templos construidos por manos humanas. Vea lo que está escrito en Hechos 7:48: «Sin embargo, el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombres…». Entonces, ¿en qué templo desea habitar? En nuestro corazón.
Dios considera nuestra mente, nuestra alma y nuestro cuerpo como Su templo. Por ese motivo, Él espera que nuestro ser sea usado para santificar Su nombre, a través de la meditación y de la oración.
El Señor Jesús Se mostró indignado al ver que las personas no santificaban Su nombre, porque veían de la siguiente manera:
- A las personas como humanos, no como almas.
- A los animales como alimento, no como criaturas que Lo alaban.
- A la naturaleza como fuente de riqueza, no como Su majestad.
- El universo como un lugar desconocido, inhabitable, no como Su grandeza infinita.
- Los diezmos como los 10 % de su ganancia, no como fidelidad.
- Las ofrendas como dinero, no como expresión de gratitud.
- Los sacrificios como bienes materiales, no como expresión de confianza.
En cambio, el Padre nuestro las ve así, por eso espera que Sus hijos también lo hagan.
De la misma manera que los sacerdotes debían santificarse para llevar el Arca de la Alianza, en servicio a Dios, los que hoy desean llevar la presencia del Altísimo dentro de su ser, es decir, los que quieren atraer la presencia del Todopoderoso a sus vidas, deben santificarse, santificando Su Nombre.
El Señor es santo, por este motivo, para mantener nuestra comunión con Él, debemos renunciar a todo lo que Le desagrada.
Cuando perdonamos, oramos, diezmamos, ayunamos, ofrendamos, alabamos, sacrificamos, evangelizamos y nos resistimos a las tentaciones, estamos santificando Su nombre en nuestras vidas.
Muchos religiosos convirtieron el templo (sus vidas, la casa de Dios) en una «cueva de ladrones», dejando entrar cosas malas a sus pensamientos y teniendo tanto malos sentimientos como malas actitudes.
No se olvide de que hoy esta casa es nuestro cuerpo, es decir, nuestra mente, nuestro corazón, nuestros oídos, nuestros ojos, nuestra boca, nuestras manos y nuestros pies. ¿Qué ladrón está robando u ocupando esa casa?
Cuando Jesús vino al mundo, honró al Padre que está en el Cielo, Lo sirvió y fue un ejemplo a seguir, mostrándonos cómo cada uno de nosotros, como hijos, debemos honrar al Padre. De esta manera, escucharemos de Él lo mismo que Jesús escuchó, cuando dijo: «Este es Mi Hijo amado en quien Me he complacido», Mateo 3:17.
Como hijos, tenemos dos opciones: honrar al Padre, santificando Su nombre y haciendo lo que Le agrada; o deshonrarlo, haciendo lo que Le desagrada.
Dios ya nos ha dado todo, lo único que nos pide es el primer lugar en nuestras vidas. Lo honraremos en primer lugar en nuestras vidas y Él nos honrará con Sus 7 poderes.
El que decide quién estará en primer lugar en nuestra mente, nuestro corazón y en nuestra alma somos nosotros.
La Biblia dice que todo Le pertenece al Señor, porque Él es el Creador, pero sobre una sola cosa no tiene poder: sobre el alma. En otras palabras, cada persona decide a quién le entregará su alma.
Que el poder del Padre nuestro se apodere de usted durante estas 7 primeras semanas del año.
Obispo Júlio Freitas
¡Nos vemos en la IURD o en las Nubes!
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