“Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.” 1 Juan 4:6
El apóstol Juan podría haber resumido esas dos líneas en una única palabra: obediencia.
Los que son de Dios escuchan y obedecen la dirección del hombre de Dios; reconocen y se someten a las autoridades constituidas por Dios, ya sean espirituales o no.
No hay misterio para identificar a los nacidos de Dios. La Palabra de Dios es clara. Los que son de Dios escuchan Su voz, no cuestionan, no preparan subterfugios, sino que obedecen porque reconocen su condición de siervo. Y ese oír, no se refiere a uno de los cinco sentidos del ser humano (sonido), está relacionado a “atender”, “prestar atención”, o sea, obedecer.
En eso conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu del error. Es lo que afirma el apóstol.
No se engañe. ¿De qué sirve estar constantemente en la iglesia, hacer todas las cadenas, ayunar diariamente, evangelizar, si usted no está dispuesto a someterse a la dirección que viene del Altar?
Cuidado, quizás usted está actuando como el rey Saúl. Obedece hasta un cierto punto, hasta donde considera que es conveniente. Está siempre buscando una manera de hacer las cosas como usted cree.
La raíz de desobediencia
Dios le ordenó a Saúl que destruyera a los amalecitas. Él debía destruir y matar a todos -mujeres, niños, jóvenes, ancianos, animales, bienes. Nadie se salvaría.
Sin embargo, Saúl decidió perdonar al rey Agag y los mejores animales. En el intento de justificarse, el rey alegó que el pueblo “decidió” salvar los mejores animales, con el fin de ofrecerlos en holocausto a Dios.
Así es como actúa el desobediente, el orgulloso. Primero no asume su error, en vez de hacer eso intenta transferirlo a alguien. Segundo, intenta disfrazar su desobediencia con excusas sin fundamentos.
Y la respuesta del profeta Samuel a Saúl fue dura y sin rodeos:
“¿Se complace el SEÑOR tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras del SEÑOR? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra del SEÑOR, Él también te ha desechado para que no seas rey.” 1 Samuel 15:22-23
La raíz de la desobediencia de Saúl estaba en el orgullo. Por haber sido elegido y ungido por Dios para reinar sobre Israel, él se creyó en el derecho de desobedecer. Él estaba lleno de su yo, apoyado en su posición, y por eso perdió, no solo la posición, sino la unción y la dirección de Dios.
Y a pesar de que continuó reinando sobre Israel durante muchos años ya no tenía la bendición de Dios. Dios ya había elegido a otro para ocupar su lugar.
Así hay muchos dentro de la Iglesia. Ocupan posiciones, cargos, pero Dios ya no está con ellos. Simplemente porque son orgullosos y se niegan a obedecer. Y por eso ya fueron rechazados por Dios. Cuando menos se lo esperan, otros ocupan su lugar.
Nunca se olvide: no es lo que usted hace- sus habilidades y capacidad- lo que despierta la atención de Dios, sino quien es usted en su interior. Sus obras no tienen valor ante Él si no son guiadas en la obediencia.
La obediencia requiere sumisión, y la sumisión requiere humildad, y eso solo es posible cuando se tiene el Espíritu de Dios.
Por eso, búsquelo mientras Él está cerca.
Habrá días en que muchos lo buscarán, pero Él no estará.
Aproveche este Ayuno de Daniel.
[related_posts limit=”17″]