Cualquier día de la fiesta es fiesta. Pero, cuando se trata del último día de la fiesta, la entrega es total. A fin de cuentas, la próxima va a tener que esperar un año.
Jesús esperó el auge del último día de la fiesta para levantarse e invitar a otra Fiesta. La Fiesta eterna.
Y promete: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él…”, (Juan 7:37-39).
Sin embargo, el Agua prometida no le sirve a los que están saciados, ni a los que se han abastecido, y mucho menos a los que están satisfechos. Solo a quienes son víctimas de injusticia, a los desesperados, a los que no tienen tierra ni casa, en fin, a los problemáticos humildes que reconocen que necesitan ayuda.
Gente como el pobre ladrón rico Zaqueo, la prostituta María Magdalena, el mendigo Lázaro, o el “buen” ladrón crucificado también…
Gente humillada, despreciada, que no es considerada, que es desacreditada, en fin, gente como nosotros, que se indigna ante los atropellos de este mundo vil…
Esa invitación es para todos, y tiene tanto valor hoy como cuando fue hecha hace dos mil años.
Para que se materialice basta solo creer en Jesús de acuerdo con la Biblia.
Si usted se cansó de fiestas vacías y carga todavía un inmenso vacío en su interior, sumado al deseo de suicidio, dé un paso de fe y pídale al Señor Jesús que le dé esta Agua ¡ahora mismo!
Busque un lugar donde usted pueda hablar con Él a voluntad, doble sus rodillas y haga esta oración: Señor Jesús, mi Dios, yo entro en Tu presencia para decirte que acepto la invitación a beber Esa Agua que Tú prometes. Sé que no La merezco, pero sé también que por personas como yo hiciste esa Promesa.
Ten compasión de mí y sacia mi sed ahora, ¡en el Nombre del Señor Jesús! Amén.
Aguarde la respuesta solo por un minuto y después levántese para ver lo que va a suceder.
¡Que Dios lo bendiga abundantemente!
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