Irma Luna tenía muchos proyectos de vida, aspiraba a una vida mejor, sin embargo en un momento de su vida tuvo que dedicarse a la prostitución por necesidad. Un día, cuando se enfermó, se dio cuenta de que estaba atrapada en esa vida y buscó una solución. El poder de Dios la sorprendió porque todo cambió en ella y en su vida.
A los 17 años ella se fue a trabajar a otra provincia y estudiaba de noche, a los 22 se fue a vivir a Buenos Aires y comenzó a trabajar en casas de familia siendo que no era lo que ella esperaba para su futuro. Las dificultades comenzaron a aparecer, no tenía donde vivir y si conseguía trabajo no quedaba efectiva o le pagaban muy poco. A los 25 años no conseguía trabajo como niñera porque le decían que ella tenía buena presencia y un lindo rostro, que estaba para otra cosa.
“En mi ignorancia busqué trabajo en una agencia de acompañantes, no sabía lo que era, yo pensaba que tenía que limpiar por horas. Me llamó la atención que me pagaran bien y al hacer números me di cuenta de que me alcanzaba para cubrir mis gastos. En ese momento no pensaba en otra cosa más que en poder pagar el alquiler de donde vivía. Con el tiempo me involucré con los espíritus porque traían a una persona que hacía un ritual en el lugar para que tengamos más clientes y más dinero. Como yo quería dinero, me servía.
No me daba cuenta de que estaba atrapada en el mundo de la prostitución, estaba mal y pensaba que estaba bien hacerlo porque no había otra solución. En un momento me di cuenta de que los años pasaban y mi cabeza estaba bloqueada, me había olvidado de capacitarme para otra cosa. Empecé a sufrir un problema renal por el que estuve dos meses internada, ya no podía seguir trabajando. Recuerdo que intenté suicidarme porque no soportaba más.
Cuando llegué a la iglesia me senté al final, en el momento de la oración por primera vez me sentí bien. Fui sanada y hasta el día de hoy no sufrí nunca más de problemas renales. Me di cuenta de que lo que estaba haciendo estaba mal y empecé a cambiar y a invitar a las chicas a la Universal. Yo ya no quería atender a los clientes, entonces me quedaba a dormir en la calle. Lloraba y me replanteaba qué había hecho con mi vida, me sentía sucia y me dije que nunca más iban a tocar mi cuerpo. Si seguía con lo mismo, no iba a cambiar, tenía que tomar una actitud de fe, entonces fui al centro y comencé a vender lapiceras en la calle.
Un día noté que mis ojos tenían paz, tenían un brillo especial, dejé todo y me fui a vivir a la casa de una amiga y comencé una nueva historia. Comencé a trabajar en un negocio, alquilé un departamento y me dediqué a buscar a Dios. No fue sencillo, pero me liberé de todo lo que me atormentaba. Me propuse tener un encuentro con Dios y fue algo maravilloso. Oraba, ayunaba y hacía propósitos de fe porque quería cambiar. Hoy puedo afirmar que valió la pena entregarme a Dios por completo”.
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