La vivencia espiritual genera experiencia. El experimentado ve lo que los legos no ven. Con base en la experiencia de una vida fundamentada en obedecer a la Palabra de Dios, una pareja de obreros, Gilmar y Gloriza, notó una poderosa alarma en el más profundo y completo silencio.
El último sábado, aquel silencio le “gritó” a la pareja que realizaba un anexo de oración en un barrio simple de Campo Grande, en Mato Grosso do Sul. Ellos golpearon en un portón para llamar a los habitantes de una casa. Llamaron, llamaron y nada. Parecía que no había nadie.
Decidieron seguir hacia la casa de al lado donde la conversación con una vecina fue rápida y, al terminar, iban a seguir adelante hacia una tercera casa, cuando el obrero vio a un muchacho saliendo del inmueble donde antes habían llamado sin respuesta.
El habitante de la casa tenía la expresión pesada. Gilmar se identificó, pero la única reacción del muchacho fue señalar hacia arriba, hacia la parte de adentro de la casa, donde había una soga de horca colgado en una viga.
“Yo ya iba a quitarme la vida, no aguanto más tanto sufrimiento. Pero oí voces golpeando y decidí abrir”, dijo el vecino entre lágrimas, en desesperación por haberse involucrado con drogas, por estar con la vida profesional completamente trabada y porque su esposa se había ido de su casa con sus hijos.
Las historias de aquel joven y del obrero son muy semejantes. Años atrás, Gilmar también vio su matrimonio desmoronándose y llegó no solo a pensar en el suicidio, sino también en matar a su esposa. Pero todo cambió cuando llegaron a la Universal. “Le conté que mi historia había sido, en algunos puntos, incluso peor, y le conté otros casos de quien tuvo la vida transformada por la fe. La mirada pesada le dio lugar a una de sorpresa y preguntó ‘entonces, ¿no me ocurre solo a mí eso?’ Le dijo a él que, si nosotros lo logramos, él también podía.”
La pareja oró con el muchacho y Gilmar quitó la cuerda de la viga. “Voy a guardarla conmigo y, cuando su vida esté cambiada, usted la va a mirar y recordará de dónde lo sacó Dios”, dijo al antes desesperado joven. La acción Divina le permitió a aquel casi muerto salir del trance diabólico al oír los golpes en un simple portón en el momento más oportuno posible.
Quien intenta el suicidio, en realidad, no quiere que se acabe su vida. Lo que quiere es darle fin al sufrimiento.
El fin del sufrimiento solo tiene sentido si la vida continúa después. Cada vez mejor. Esta es una historia que está solo comenzando. Aún oiremos hablar mucho sobre ella. Y muchos se inspirarán en eso, tanto para ayudar a los demás, como para que ellos mismos sepan que es posible salir de la dificultad y construir una existencia mejor.
Por Marcelo Rangel