Cuando el fuego pasa en la floresta, todos corren. Todos los animales intentan escapar. Los pájaros vuelan hacia otro lugar. Incluso el león, por más fuerte, dominador y temido de la floresta, también corre. El único que no corre es el árbol.
El fuego le pregunta al árbol:
– Árbol, todos corrieron, ¿y tú no vas a correr?
El árbol responde:
– Yo soy el árbol plantado por Dios. Pasarás por mí, quemarás mis frutos y hojas, pero dentro de poco tiempo volveré a florecer, porque a mi raíz tú no la puedes quemar. Mis ramas, hojas y frutos nuevamente aparecerán, pues al árbol que Dios planta nadie lo arranca, nadie lo mata.
El Altísimo nos sustentará en toda nuestra vida en esta tierra.
Venga el fuego que venga, estaremos firmes, pues somos árboles plantados por Dios. Entonces, no importa la situación que pasemos, nuestras raíces están afirmadas en Aquel que todo lo puede.
“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes…” Salmos 92:12-14
Obispo, ¡que Dios lo bendiga más y más!
Chile ora por usted y por la señora Ester.
Colaboró: Obispo Agnaldo Silva