Un domingo donde renovamos la fe y la comunión con Él.
Las madres son instrumentos en las manos de Dios. Es nuestra responsabilidad amarlas y cuidarlas, porque no existe una “ex madre”. Debemos bendecirlas y honrarlas siempre.
Lo más importante que ellas tienen no son sus hijos, sino su propia alma. Muchas, al comprender eso, se convirtieron en las mejores madres.
Como uno a quien consuela su madre, así os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados. Isaías 66:13
La iglesia, nuestra madre espiritual, nos alcanzó y nos evangelizó, de la misma manera que nuestra madre biológica nos crió y nos alimentó.
Y toda obra que emprendió en el servicio de la casa de Dios por ley y por mandamiento, buscando a su Dios, lo hizo con todo su corazón y prosperó. 2 Crónicas 31:21
Cuando hacemos las cosas de todo corazón, Dios nos prospera y nos honra.
Él no acepta excusas de quienes ya conocen Su plan, tanto para su propia vida como para la de los demás.
Hay personas que claman por un “socorro espiritual” que no se ve, pero se refleja en sus rostros: una sonrisa apagada, sin brillo.
Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Marcos 10:45
Debemos vigilar los consejos que recibimos, porque no todos vienen de Dios.
Cuando unimos la inteligencia con una sugerencia basada en la Palabra, sin dejarnos llevar por las costumbres ni por el sistema del mundo, el margen de error disminuye.
Jesús vino para rescatar el derecho del ser humano, para que aprendamos a servir y no seamos esclavos de nosotros mismos, de los demás ni del mal.
Servir es asumir la posición de un verdadero hijo de Dios: perdonado y libre de toda acusación espiritual y emocional.
Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y amar al prójimo como a nosotros mismos. Quien ama al prójimo, hace el bien.