Marta: «Antes de conocer la Iglesia Universal, mi hija estaba enferma y su salud empeoraba. Sufría de un dolor de cabeza constante. Además, ella era muy nerviosa, se aislaba, no tenía amigos y no hablaba con nadie. La cabeza dominaba su voluntad porque era un dolor permanente.
Tampoco podía dormir. Por eso, nos turnábamos para cuidarla por las noches, porque se levantaba y se golpeaba la cabeza. Ella decía que quería que le doliera más por fuera que por dentro.
A raíz de eso, tuvo una depresión aguda desde los ocho hasta los trece años, tenía deseos de suicidio. Me había dicho: “Un día vas a llegar y no me vas a encontrar. Si encontrás mi cuerpo, no me llores, porque yo voy a estar con Dios, es el único lugar donde voy a poder descansar”. Ese fue un momento desesperante, dije: “Dios mío, ¿a dónde voy?”.
Me habían invitado a asistir a la Iglesia Universal, pero no aceptaba por los prejuicios que tenía. Creía que robaban con el diezmo y las ofrendas; que me iban a sacar plata; que, si no tenía dinero, no atendían a las personas; y yo en ese momento estaba en la miseria. Sin embargo, cuando mi hija me habló acerca de sus deseos de terminar con su vida, me acerqué.
El pastor me orientó. Mientras, yo pensaba: “Si me cobra, no tengo plata. ¿Cómo le digo que no tengo un peso?”. Pero en ningún momento me habló de plata. Me escuchó con mucha paciencia.
Empecé a perseverar en las reuniones, allí mi hija se sanó. Además, me sané de artrosis reumatoidea, de anorexia nerviosa y me liberé del vicio del cigarrillo que tuve durante veinticuatro años. Fui libre de mis problemas sin poner un peso. Desde ese entonces, pasaron veinticinco años. Mi hija creció viniendo a la iglesia. Hoy estamos sanos, la miseria con la que llegamos se acabó, mis hijos estudiaron en la facultad y se recibieron, y mi hogar fue transformado, gracias a Dios».
Ella asisten a la Iglesia Universal ubicada en Av. Pdte. J. D. Perón 1740, San Miguel.