Señor a Ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando Te invocare. Suba mi oración delante de Ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde. Salmo 141:1-2
Yo creo en ambas. La autoayuda y la ayuda de lo Alto. Lo Alto solo ayuda cuando hay autoayuda. Dios solo puede ayudarlo cuando usted se ayuda, hace su parte. Dios no trabaja solo. Él usa lo que usted hace. Por eso usted debe ver si está orando cuando debe actuar o actuando cuando necesita orar.
Si ayudar es hacer lo que depende de usted, no espere a nadie, ni que Dios haga lo que es su responsabilidad. No tiene sentido quejarse, preguntándole a Dios por qué eso o aquello aún no sucedió, mientras que ni su parte ha hecho.
Pero la autoayuda tiene un límite. Su límite es usted mismo. La autoayuda termina cuando no hay nada más que se pueda hacer. Es ahí que comienza la ayuda de lo Alto.
El salmista David oró las anteriores palabras cuando estaba siendo perseguido por el Rey Saúl, que quería matarlo. No había nada que hacer. El rey y todas sus tropas cazaban a David como un león tras su presa. David se escondía en cavernas y suplicaba por la protección y el libramiento de Dios – la ayuda de lo Alto.
Si usted está en un punto en su vida en el que no hay nada más que se pueda hacer, es hora de hacer lo que hizo David: clamar a Dios con fe.
Ahí donde usted está, o en la habitación más cercana puede derramar sus miedos, ansiedades y dudas delante de Dios. Hágale su pedido, con fe. ¡Así como Él atendió a David, también lo atenderá!
===
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
[related_posts limit=”7″]