En la cruz, el Señor Jesús estaba entre dos ladrones, ambos Lo criticaron inicialmente. Pero, en un determinado momento, uno de los ladrones notó que Jesús no respondía, no Se ofendía, no retrucaba ni les decía nada; solo permanecía en espíritu, soportando calumnias e injusticias. Ese silencio y esa reacción hicieron que santificara al Padre en ese momento, porque uno de los ladrones vio Su resistencia y humildad ante las ofensas.
Si Jesús tuviera un poco de orgullo, podría haberle respondido al ladrón: “¿Ahora querés hablar conmigo? ¿Ahora querés ir al Cielo?”. En lugar de eso, respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, es decir, ¡cero orgullo, cero ego! Cinco minutos antes, el ladrón estaba criticándolo, y después deseó el Cielo. Esta fue la reacción de Jesús, esto es humildad.
Para alcanzar este nivel de humildad, cero ego, cero orgullo, cero vanidad, necesitamos ser moldeados por la corrección y disciplina de Dios. Es como limpiar la carne llena de grasa, en la que no queda casi nada, necesitamos esta transformación para eliminar toda esa “grasa” que cargamos.