“Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” Génesis 2:7
El famoso pasaje de Génesis cita la creación del ser humano por Dios. “Del polvo de la tierra” es un término que carga mucha inteligencia en su uso, por un motivo básico: en el cuerpo humano, se encuentran varios de los elementos químicos presentes en la composición de nuestro planeta, en la naturaleza en general.
Además de los muy conocidos como oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbono en su composición química, hay en nuestro organismo una infinidad de elementos como calcio, zinc, hierro, cobre y otras sales minerales.
Todos esos elementos siguen un equilibrio – por eso, el exceso o escasez de algunos de ellos provoca enfermedades. ¿Quién no escuchó hablar que alguien tiene insuficiencia de hierro en la sangre, o de calcio en los huesos?
Hasta la radiación que viene del espacio exterior – los rayos cósmicos – que entran en la atmósfera pasan a ser parte de nuestra composición. Somos de este universo – y somos el universo.
El barro rojo
La figura más recordada cuando el texto bíblico cita a Dios modelando los elementos de la tierra y haciendo de ellos el ser humano, es la de un artesano que esculpe un muñeco y le da vida. No en vano, el nombre del primer hombre, Adán, que deriva del hebreo “adom”, que significa “tierra roja”.
Entonces entra en el campo un “ingrediente” indispensable no solo para la constitución y supervivencia de nuestro cuerpo (presente en 70 a 75%), sino para la de todo ser vivo: el agua.
La analogía es perfecta. Cuando pensamos en un artesano o alfarero modelando el barro de acuerdo con la forma deseada, no puede hacerlo con la tierra seca. Sin agregarle agua a la arcilla, simplemente no se la puede moldear.
Del agua provienen muchos de los elementos necesarios para nuestra constitución y para el buen funcionamiento de nuestro cuerpo. Ella es mucho más que simplemente la unión de átomos de hidrógeno y oxígeno, pues está repleta de sales minerales. ¿Ya leyó el rótulo del agua mineral que usted consume? Cualquier marca tiene en su composición sodio, potasio, magnesio y calcio, solo para citar algunos de los elementos presentes, que cambian de acuerdo con la fuente de donde fueron extraídos. Y esos elementos son “capturados” por el agua de la tierra o del suelo rocoso por donde pasa hasta llegar a la fuente.
Somos, por lo tanto, de la misma materia prima creada por Dios para modelar el universo, del cual, por más que la mayoría de las veces nos olvidemos, somos parte.
Pero, si analizamos mejor, incluso la más simple ameba también es un ser vivo. Y también tiene agua, carbono, como nosotros. Solo que el pequeño unicelular no fue hecho a la imagen y semejanza de Dios, como también atestigua la Palabra de Dios, y ahí está la diferencia. En el “soplo de vida” en nuestras narices. Dios nos dio esa vida, colocando en el cuerpo que Él formó, nuestro espíritu, nuestra alma.
Al polvo vamos
La Biblia habla de la creación, del nacimiento, del origen. Pero también habla de nuestro fin físico:
“Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo.” Eclesiastés 3:20
El francés Antoine Laurent de Lavoisier (1743-1794), considerado el “padre de la química moderna”, postuló su famosa frase: “La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma.”
En su gran máxima, el científico que identificó y nombró al oxígeno, ya consideraba a la materia lista, ya creada por Dios. Postuló, en su célebre cita, que el hombre (también materia) no podría crear lo que ya fue creado. El papel de la naturaleza era el de reciclar todos sus elementos indefinidamente. Una hoja de árbol no viene de la nada. De la semilla se forma la planta, que absorbe del suelo agua y elementos químicos para formar un gran árbol – nada se crea. Cuando se desprende el gajo, va al suelo. Se descompone, y sus elementos tomados anteriormente de la tierra pasan a ser parte de ella – nada se pierde. Lo que antes era hoja es separado, y no es más una hoja – todo se transforma. Aunque esa hoja fuera quemada, por ejemplo, no desaparecerá, simplemente. Se volvería cenizas, con su carbono y otros elementos devueltos a la naturaleza, de donde vino.
Antes de que el proceso de momificación y los modernos métodos funerarios surgieran, los cuerpos de los humanos eran simplemente sepultados directamente en la tierra. No es novedad que el cuerpo se descompone de a poco, y nuevamente los elementos que lo conforman son separados, regresando a su origen, la tierra.
Aún los antiguos, en lenguaje más simple, expuesto en la Palabra Sagrada, sabían de dónde nuestro cuerpo físico obtuvo la materia prima para ser formado, Quien fue el que “sopló” vida en él y su destino cuando ya no estemos más en él.
Recordemos que somos parte de ella. Estamos formados de la misma materia, creados por el mismo Padre.
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