Estamos acostumbrados a ver el planisferio en sus presentaciones más conocidas. Una de ellas es el tradicional globo terráqueo, que gira de acuerdo con el eje de los polos. Otra, en segunda dimensión, es como si se le quitara la cubierta al globo y estirara su cubierta en una superficie plana. De ese modo, vemos las Américas a la izquierda, el Océano Atlántico en medio de los demás continentes a la derecha.
Esa posición neutra en el mapa bidimensional fue idealizada para mostrar todas las porciones terrestres en un rectángulo simple, adaptándolo de la forma esférica original a una de fácil visión, que puede ser impresa o diseñada con más practicidad de lo que sería posible en su versión tridimensional.
Sin embargo, no fue siempre así.
En la antigüedad, los mapas retrataban a Jerusalén, ciudad sagrada para tres creencias diferentes, como el ombligo de la Tierra, el centro de todo. Una referencia muy antigua encontrada en relación a eso es el Libro de los Jubileos, obra en hebreo de la época del Segundo Templo. Otros textos judíos antiguos dejaban eso en claro también, pero este libro fue el primero en testificarlo con mapas, aunque rudimentarios, eran claros en cuanto a la posición estratégica de la ciudad.
En Madaba, Jordania, en una iglesia bizantina del siglo VI fue encontrado el mapa más antiguo de Oriente Medio. Es un mosaico que, a pesar de varias partes destruidas por el tiempo, muestra a Jerusalén en un posición privilegiada, encima del cual está escrito en griego “Santa Ciudad de Jerusalén”.
En el siglo XVI un teólogo alemán, Heinrich Bunting (1545-1606) diseñó un mapa famoso que muestra las representaciones de los principales continentes del mundo conocido (las Américas, en la parte izquierda, estaban en etapa de descubrimiento, en plena era de las grandes navegaciones). Asia, Europa y África, las bases del Viejo Mundo representadas en forma de pétalos, unidas por un punto central, justamente en Jerusalén.
¿Cuál sería la explicación para que una ciudad tan pequeña hasta para los padrones actuales, en un país también pequeño, sea considerada el centro de la existencia física del planeta?
Una vez, ya hace un buen tiempo, un profeta dio una gran pista:
“Lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén.
Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Señor como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.
Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.”
Isaías 2:1-3
“… de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.”, dice claramente el pasaje bíblico. Ya en el Antiguo Testamento, era muy clara la esperanza del pueblo israelita de que el Mesías tendría su trono en Jerusalén, y de allí irradiaría sus preceptos hacia todo el mundo.
Si analizamos más detenidamente tiene sentido. Realmente, con el modelo moderno en cartografía (mapas bi o tridimensionales, imágenes satelitales, recursos de fácil acceso hasta para los niños), vemos que Israel, representada por Jerusalén, está realmente en una posición estratégica, privilegiada, de conexión entre los diferentes continentes. La Biblia muestra, a través de los viajes de Pablo, por ejemplo, que la Palabra tenía allí su punto de partida hacia los otros países, los más influyentes de esa época. De allí, fácilmente, en una época sin transportes motorizados ni comunicación instantánea, eran alcanzadas las que podríamos llamar “superpotencias” de ese tiempo, que extendían sus influencias por sus numerosas colonias.
Incluso con la ayuda de la cartografía, está también el triunfo de la propia historia. La Palabra de Dios se infiltró grandemente en Europa, cuyos países más tarde se volvieron la base de la colonización de las Américas y de Oceanía. Los europeos, habiendo recibido los preceptos del Dios de Abraham y Jacob y, posteriormente, la Salvación a través del Señor Jesús, llevaron ese conocimiento al Nuevo Mundo con los pioneros portugueses, españoles, británicos, franceses, holandeses y, en una época relativamente más reciente, alemanes e italianos, entre otros.
La Nueva Jerusalén
Isaías no fue el único que se refirió a Jerusalén como punto de partida de la Palabra de Dios y de Su reino. En el Nuevo Testamento, Juan también tuvo una visión en que habla de la santa ciudad como el centro de todo, como algo relacionado a lo que significa el fin de los tiempos para algunos, pero será, en realidad, el comienzo para muchos, como el autor del Apocalipsis explica, bajo la inspiración Divina:
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.”
Apocalipsis 21:1-3
“La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.
Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella.
Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.
Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella.
No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.”
Apocalipsis 21:23-27