Despertarse un poquito más temprano solo para levantarse sin apuros, sin sobresaltos. Si es antes del escandaloso despertador, aún mejor. Bañarse sin prisa (pero sin desperdiciar agua).
Después acercarse a la ventana, ver el clima para saber qué ropa va a usar: Ropa “de trabajo”, pero, confortable. Salir a la portería y saludar al portero, abrir el portón y dejar pasar primero a la vecina. La caballerosidad, definitivamente, no murió.
Comienza el día, y siente que es parte de él. Un día más de los muchos que Dios nos dio y aún dará. El periodo de 24 horas es muy largo par que no exista al menos un momento especial, por más simple que sea. Puede ser una sonrisa dada o recibida, un llamado inesperado de un pariente que está lejos, un café más rico que el normal. Y si se desayuna en familia, aproveche aún más ese tiempo juntos antes de que cada uno cumpla con sus obligaciones. Si fuere un café por la mañana, solo, tampoco tiene que ser malo por eso. ¿Si usted no es una buena compañía para consigo mismo, para quién entonces lo será?
Llegar a la vereda y sentir el viento en el rostro y en el cabello aún mojado. Ir caminando al trabajo (si fuere posible) es una terapia. Si no se puede, intente al menos dirigirse civilizadamente, respetando la senda peatonal, sin intentar ser más “experimentado” que los otros. Eso de tratar de tener ventajas en todo nunca trajo nada bueno. La gente frustrada finge que es feliz así.
Evitar las calles más transitadas, ver los negocios abriendo, el diarero acomodando las revistas en el puesto, el personal yendo a la oficina también con el cabello mojado y aroma de recién bañado.
Unos felices, otros reclamando mentalmente (pero yendo). Mirar al cielo azul y ser feliz por estar allí
Llegar a la empresa, saludar a la recepcionista, entrar en el ascensor o subir las escaleras. Mientras sube conversa con el Padre de los Cielos con su pensamiento, agradeciendo: “¡Solo Dios puede preparar una mañana de estas!
¡Y llega al trabajo! ¡Gracias a Dios!