Todos los que frecuentan la Universal ya sean miembros, evangelistas, obreros, obispos, pastores o esposas, desde el más nuevo hasta el más antiguo, deben reflexionar en los versículos a continuación para desarrollar una conciencia de fe inteligente:
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien servís. Porque el que procede con injusticia sufrirá las consecuencias del mal que ha cometido, y eso, sin acepción de personas”. Colosenses 3:23–25
“Y todo lo que hagáis…” significa TODO: desde tareas domésticas, deberes laborales, obligaciones civiles, servicios voluntarios en uno de los Grupos de la Iglesia, cadenas, propósitos, ofrendas espontáneas, votos, servicios para la Obra de Dios, hasta actividades dentro o fuera de la Iglesia, ya sea para conocidos o desconocidos. En resumen: TODAS nuestras acciones.
“…hacedlo de corazón…” Debemos hacer TODO con intención pura, sin esperar nada a cambio como reconocimiento, recompensas, aplausos o elogios. Hacer algo de corazón es permitir que la actitud nazca desde nuestro interior, con un espíritu dispuesto, alegría, fe y la confianza de que Dios nos está observando y nos recompensará.
“…como para el Señor y no para los hombres…” Cuando hacemos las cosas como si fueran para Dios, obtenemos diversos beneficios:
- Tenemos seguridad y tranquilidad. Aunque no sepamos hacer algo con excelencia por falta de experiencia, conocimiento o formación, tenemos la certeza de que Dios nos instruirá. Él está presente para apoyarnos, no para criticarnos. Lo contrario sucede con quien no cree que está bajo el cuidado de Dios: surge la inseguridad y el nerviosismo.
- No dependemos de la aprobación de los demás para sentirnos motivados. La conciencia de que estamos sirviendo a Dios ya es suficiente para mantenernos firmes. Quien busca la aprobación humana vive desmotivado y débil.
- No necesitamos reconocimiento y no nos lastimamos por la falta de él. Aunque familiares, amigos, compañeros o desconocidos no reconozcan nuestro esfuerzo, eso no nos entristece. Sabemos que todo fue hecho como para Dios. Quienes buscan validación humana viven frustrados y resentidos.
- Sentimos alegría, paz y satisfacción. Al fin y al cabo, nuestro Creador está recibiendo nuestra expresión de amor, lealtad, alegría, fidelidad y gratitud. Él nos dio sabiduría, salud y talentos.
- No hacemos acepción de personas. Miramos al prójimo con fe y amor, como si sirviéramos al propio Dios. Por eso, actuamos con excelencia y dedicación, atentos a los detalles al igual que Daniel, que se destacó en una nación contraria a las costumbres de su fe, por tener un espíritu excelente y hacer todo de la mejor manera posible.
“…sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia”. Nuestra recompensa viene de Dios. Es mayor y más duradera que cualquier recompensa humana. No se desgasta con el tiempo y nadie puede quitárnosla. Es una herencia paterna eterna.
“…Es a Cristo el Señor a quien servís.” Cuando mantenemos esta conciencia, colocamos al Señor Jesús en primer lugar en nuestras vidas. Lo honramos en casa, en la iglesia, en el trabajo, en la universidad, en todos los lugares, y no solo en un ambiente favorable, cristiano o religioso.
“Porque el que procede con injusticia sufrirá las consecuencias del mal que ha cometido…” Quien actúa en contra de lo que fue orientado se vuelve injusto y egoísta, porque ignora los dones que Dios nos dio para honrarlo. De esta manera, cosecha el mal que sembró, se frustra con la ausencia de reconocimiento humano y sufre las consecuencias de querer agradar a los hombres en lugar de a Dios.
“…y eso, sin acepción de personas”. Es decir, no importa el título eclesiástico ni la posición social: nada nos librará de las consecuencias de no hacer todas las cosas para Dios.
Obispo Júlio Freitas