Para que nuestros sueños se vuelvan reales, no basta soñar, es indispensable persistir hasta concretarlos. Es necesario que nuestros sueños tengan un propósito, una vez que lo identificamos, tenemos que buscar las posibilidades de volverlos reales. Eso implica confiar siempre y nunca tener miedo de arriesgar.
No podemos crear dificultades pensando que no podremos verlo realizado. Cuando tenemos un sueño, un propósito, nuestra imaginación va lejos, siempre creyendo que ese día va a llegar. Vivimos ese sueño día a día.
También tenemos que hacer nuestra parte a través de ayunos, oraciones, creyendo y confiando que Dios lo va a realizar lo más pronto posible. Porque cada vez que tenemos un sueño, Dios comienza a pulirnos, a prepararnos, a limpiarnos, en fin, a hacer todo lo que falta para que estemos preparadas para recibirlo.
Tal vez no entendemos la demora, pero todo tiene su tiempo correcto y la hora adecuada para que tengamos lo que deseamos. “Deléitate asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón”, (Salmos 37:4).
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