Los hebreos habían estado como esclavos en Egipto durante más de 400 años.
Humillados y lejos de Dios, clamaron por socorro, pues no aguantaron sufrir más.
Dios entonces envió a Su siervo para proclamar la liberación de los hebreos y liderarlos hacia la Tierra Prometida.
Y así sucedió. Después de la épica manifestación de Dios en Egipto por la liberación del pueblo, millares de hebreos, ahora libres, estaban en una jornada en el desierto. Una jornada rumbo a una promesa, rumbo a la Tierra Prometida.
En el Monte Sinaí, un pedido que impresionó a todos le fue hecho a Moisés. Dios quería habitar entre el pueblo y le dijo a Moisés que construyera un Tabernáculo para que Él pudiera vivir con los hebreos y guiarlos en el desierto. Y así fueron caminando durante cuarenta años.
Muchos dudaron, reclamaron, se arrepintieron de haber salido de Egipto y murieron en el camino. Pocos entraron a la Tierra que mana leche y miel. Para los que perseveraron en la fe, Jerusalén ahora es su morada.
Hoy no es diferente.
Vivíamos esclavos del pecado, encadenados por la culpa y cubiertos por la inmundicia que este mundo nos lanzaba. Éramos como muertos vivos lejos del Altísimo. Hasta que clamamos por socorro y Él nos envió al Libertador. Las Palabras de Vida que oímos hicieron que la fe que estaba adormecida dentro de nosotros se encendiera.
Nuestro Libertador, el Señor Jesús, arrancó nuestras almas de la esclavitud del pecado y nos prometió darnos la Vida Eterna en los Cielos. Comenzamos entonces una jornada por este mundo. Día a día luchando contra nuestro yo, contra nuestra voluntad y contra el pecado. Día a día caminando en este desierto árido rumbo a la Vida Eterna.
Y así como Dios manifestó el deseo de habitar entre el pueblo hebreo en el desierto, Él reveló Su inmenso deseo de habitar dentro de cada uno de nosotros a través del Espíritu Santo.
Esta vez, Él no quedaría dentro de un Tabernáculo, sino dentro de nuestro cuerpo. Sí, el Dios Altísimo no estaría entre nosotros, sino dentro de nosotros. ¡Y los que anhelaron esto de todo corazón, fueron entonces llenos del Espíritu Santo!
Así como los hebreos, todos los que un día fueron liberados de la esclavitud del pecado por el poder de la fe están caminando por ese “desierto” llamado mundo. Están caminando rumbo a la Salvación Eterna, a la Nueva Jerusalén. Pero, lamentablemente, así como los hebreos dudaron, reclamaron y anhelaron volver a Egipto, muchos ex esclavos hoy están perdiéndose en este desierto por aún no haber recibido el sustento para vencer al mundo, que es el Espíritu Santo.
Que en este Ayuno de 21 días podamos enfocarnos en lo que realmente importa, que es el recibimiento del Espíritu Santo. Pero, para eso, la persona tiene que dejar de dudar, de reclamar o de mirar hacia atrás, y anhelar, por encima de todo, convertirse en la morada del Altísimo.
Colaboró: Obispo Miguel Peres